miércoles, 29 de octubre de 2014

¿DE DÓNDE VIENEN LAS ESTRELLAS FUGACES?

“Levántate, Abraham, el Día del Juicio Final ha llegado”. Con estas palabras fue sacado de la cama Abraham Lincoln en la madrugada del 13 de noviembre de 1833 por su casero, un ministro de la iglesia presbiteriana. El joven Abraham fue testigo de lo que se ha definido como el fenómeno astronómico más impresionante jamás presenciado: la gran tormenta de meteoros que ingresaron a la atmósfera sobre Estados Unidos a una tasa de ¡200.000 por hora! durante varias horas antes del amanecer. Las estrellas fugaces surcaban el cielo en todas direcciones, eran tantas que pese a ser luna nueva, un extraño fulgor iluminaba la noche y muchos temieron un incendio cósmico. El pánico cundió, pues que las estrellas cayeran del cielo parecía un claro anuncio del fin del mundo, el cumplimiento de la profecía del Apocalipsis. La descripción más hermosa nos llegó del entonces esclavo Frederick Douglass, en su atobiografía: “Fui testigo de este hermoso espectáculo y quedé pasmado. El aire parecía lleno de brillantes mensajeros luminosos. Fue cerca del alba cuando presencié esta sublime escena. Todo parecía indicar que podría ser la señal para la venida del Hijo del Hombre, y mentalmente me preparé para saludarlo como mi amigo y mi salvador. Había leído que “las estrellas caerán del cielo” y ahora estaban cayendo. Aunque sufría en mi interior, comencé a buscar en los cielos el descanso que en la Tierra se me negaba”.
Se trató de una lluvia de meteoros, aunque técnicamente un aumento del número de meteoros observados (las populares “estrellas fugaces”) se conoce como “tormenta”. Nada se sabía en ese entonces sobre la naturaleza de los meteoros. A partir de esa noche apocalíptica el astrónomo norteamericano Denison Olmsted arriesgó en 1834 la hipótesis de que no eran un fenómeno atmosférico sino astronómico. En 1837 el alemán Heinrich Olbers descubrió que espectáculos como el de 1833 se repetían cada 33 años. La periodicidad del fenómeno lo hacía más comprensible. Finalmente, en 1866 el italiano Giovanni Schiaparelli descubrió la causa de las estrellas fugaces en general y de las que observaron Lincoln y Douglass en particular: son restos de cometas. Las de 1833 fueron denominadas “Leónidas”, pues parecen provenir de un mismo lugar en el cielo (el radiante) ubicado en la constelación de Leo; y son restos del cometa Tempel-Tuttle. 
No somos conscientes de que cada año llegan a nuestro planeta entre 40.000 y 80.000 toneladas de materia interplanetaria, restos de cometas y asteroides que ingresan como meteoritos o como ese diminuto polvo cósmico que son los meteoros o estrellas fugaces. Mientras los granos de polvo que deja a su paso un cometa o los pequeños fragmentos de asterorides se encuentran en el espacio reciben el nombre de “meteoroides”, pero cuando ingresan en la atmósfera terrestre a altísima velocidad la energía producida por la fricción con ésta se transforma en calor y luz, son los trazos de luz llamados “meteoros”. Si esos meteoros alcanzan un brillo superior al del planeta Venus, el nombre técnico que reciben es el de “bólidos”. Y si esa materia interplanetaria consigue llegar a la superficie tenemos un “meteorito”.
Así que cuando vemos una estrella fugaz estamos observando un viajero interplanetario que ingresa en la atmósfera. Pero hay noches que son más propicias, las noches en las que se producen las lluvias de meteoros. Los cometas son cuerpos formados en los límites del sistema solar con gases, hielo y polvo. Cuando se encienden en las cercanías del Sol, formando la coma o cabellera y la cola, el polvo presente en el núcleo es expulsado y forma una especie de camino de partículas que coincide con la órbita del cometa. Cuando la Tierra atraviesa anualmente ese camino de polvo dejado por un cometa en su último paso, las partículas en suspensión ingresan masivamente en la atmósfera en una lluvia de meteoros.    
Las lluvias de meteoros son numerosas, siempre hay varias que se desarrollan simultáneamente pero son muy pocas las que pueden brindar espectáculos como los de las Leónidas o las Perseidas, que se asociaron con las lágrimas de San Lorenzo, pues comienzan el día que se celebra su martirio, 10 de agosto. Todos aquellos que no hayan visto un cometa, un espectáculo que nuestros cielos contaminados por la luz eléctrica han casi suprimido, pueden consolarse observando las estrellas fugaces. En ciertas noches hay más posibilidades de verlas, cuando se producen los máximos de las lluvias conocidas. Pero no hay que esperar presenciar grandes tormentas como las de 1833, los cielos urbanos son devastadores para las estrellas fugaces, en nuestros días se requieren grandes dosis de paciencia y mantener la vista fija en un lugar del cielo. Y una vez que nuestros ojos se acostumbran a la oscuridad, comienzan a aparecer las mensajeras de los cometas. Hay dos datos a tener en cuenta para una observación fructífera: conocer las fechas de los máximos de cada lluvia de meteoros y la constelación desde la que aparecerán en el cielo. Y mantener la vista fija en un lugar del cielo cercano al radiante, para poder observar el mayor número sin distraernos. La próxima lluvia de meteoros importante será la de las Oriónidas, cuyo radiante está en la constelación de Orión, entre el 2 de octubre y el 7 de noviembre, con su pico máximo el 21 de octubre.
Permanecer sentado esperando ver caer un meteoro es una experiencia contemplativa que recomiendo fervientemente. Es una conjunción perfecta de calma, producida por la mirada puesta en el cielo, y de vigilancia, en espera del acontecimiento. Y todos conocemos la intensa alegría que se siente al observar una estrella fugaz. Esa alegría es la que ha generado las creencias de que traen deseos o que son las almas de los niños por nacer que caen al mundo. Cuando estamos en el Observatorio de Oro Verde, cada meteoro es festejado y el que no lo vio se lamenta, y en cierta manera los que lo vieron comparten un efímero lazo. Yo creo que la alegría que despiertan se debe a que logramos presenciar algo único que no se repetirá. Nadie es inmune a las evocaciones que surgen de una estrella fugaz, como lo prueba la canción de Bob Dylan “Shooting Star” en la que la visión de una lo hace pensar en la amada que se ha ido y en el mundo en el que ella vive y que a él le es ajeno: “Vi anoche una estrella fugaz, y pensé en ti. Tratabas de entrar en otro mundo, un mundo que yo no conocía. Siempre me pregunto si lo habrás logrado”.

Restos de cometas o deseos por cumplir, las estrellas fugaces han acompañado al hombre en su camino.



Publicado en "Diario Uno" de Paraná el 28 de octubre de 2014.

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