martes, 1 de diciembre de 2020

EDGAR ALLAN POE Y LOS COMETAS (PARTE 3)

 

Retomamos el relato, que dejamos hace ya quince días (ahora me percato de lo atareado que han sido, que me forzaron a dejar este relato en suspenso).

Se descubre que el cometa tiene rumbo de colisión, pero la orgullosa ciencia positivista de mediados del siglo XIX ya no teme a las colisiones con los cometas tras determinarse que son muy pocos densos y compuestos primordialmente de gas. Como sabemos, los cometas tienen un núcleo sólido para nada despreciable, así que en este caso la ciencia astronómica daba falsas esperanzas. Pero, quedaba la composición de los gases que forman lo que hoy conocemos como coma. Fue el descubrimiento de que el Halley tenía una coma con fuerte presencia de cianógeno (que da el color verde característico de muchos cometas) lo que genero el pánico de 1910, cuando se pensó que respiraríamos cianuro cuando la Tierra atravesara la cola del cometa.

“Los elementos del extraño astro fueron inmediatamente calculados, y todos los observadores coincidieron en que su paso, en el perihelio, lo aproximaría mucho a la tierra. Dos o tres astrónomos de renombre secundario sostuvieron resueltamente que el choque era inevitable. Imposible expresar el efecto de esta noticia en las gentes. Durante unos pocos días no quisieron creer en una afirmación que su inteligencia, tanto tiempo aplicada a consideraciones mundanas, no podía aprehender de ninguna manera. Pero la verdad de un hecho de importancia vital se abre paso en el entendimiento del más estólido. Los hombres comprendieron finalmente que los astrónomos no mentían, y esperaron el cometa. Al principio su acercamiento no parecía muy rápido, y nada de insólito había en su aspecto. Era de un rojo oscuro, con una cola apenas perceptible. Durante siete u ocho días no advertimos ningún aumento en su diámetro aparente, y su color cambió muy poco. Entretanto los negocios ordinarios de la humanidad habían sido suspendidos y todos los intereses se concentraban en las discusiones científicas referentes a la naturaleza del cometa. Aun los más ignorantes forzaban sus indolentes inteligencias para entenderlas. Y los sabios consagraron entonces su intelecto, su alma, no ya a aliviar los temores o a sostener sus amadas teorías, sino a buscar la verdad, a buscarla desesperadamente. Gemían en procura del conocimiento perfecto. La verdad se alzó en toda la pureza de su fuerza y de su excelsa majestad, y los sensatos se inclinaron y adoraron.

La opinión según la cual nuestro globo o sus habitantes sufrirían daños materiales de resultas del temible contacto, perdía diariamente fuerza entre los sabios, y a éstos les era dado ahora gobernar la razón y la fantasía de la multitud. Se demostró que la densidad del núcleo del cometa era mucho menor que la de nuestro gas más raro; el inofensivo pasaje de un visitante similar entre los satélites de Júpiter era argüido como un ejemplo convincente, capaz de calmar los temores. Los teólogos, con un celo inflamado por el miedo, insistían en la profecía bíblica, explicándola al pueblo con una precisión y una simplicidad que jamás se había visto antes. La destrucción final de la tierra se operaría por intervención del fuego; así lo enseñaban con un brío que imponía convicción por doquier; y el que los cometas no fueran de naturaleza ígnea (como todos sabían ahora) constituía una verdad que liberaba en gran medida de las aprensiones sobre la gran calamidad predicha. Es de hacer notar que los prejuicios populares y los errores del vulgo concernientes a las pestes y a las guerras —errores que antes prevalecían a cada aparición de un cometa— eran ahora completamente desconocidos.

Como naciendo de un súbito movimiento convulsivo, la razón había destronado de golpe a la superstición. La más débil de las inteligencias extraía vigor del exceso de interés”

La traducción es la de Julio Cortazar y el cuento entero se puede leer aquí:

http://cometasentrerios.blogspot.com/2014/02/el-fin-del-mundo-por-un-cometa.html


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