“Apareció
en el mes de septiembre, al filo de la noche, permaneció visible cerca de tres
meses. Su resplandor era tal que parecía llenar la mayor parte del cielo, hasta
que desapareció al sonar el canto del gallo. Pero decidir si se trata de una
estrella nueva que Dios lanza al espacio, o si es sólo que aumenta el resplandor
natural de otro astro, cosa es que corresponde al que sabe prepararlo todo en
los arcanos misterios de su sabiduría. Lo que parece más probado es que este
fenómeno no se manifiesta jamás a los hombres, en el universo, sin anunciar con
certeza algún acontecimiento misterioso y terrible. Así, pronto sobrevino un incendio
que consumió la iglesia de San Miguel Arcángel, construida sobre un promontorio
del océano y que fue siempre objeto de particular veneración en el mundo entero”.
Esta cita del cronista medieval del
siglo XI Raúl Glaber se encuentra en “El año Mil” del historiador francés Henri
Focillon. Mucho se ha exagerado sobre el terror que sintieron los europeos al
acercarse el año 1000, en el que se cumpliría la profecía de San Juan en el “Apocalipsis”,
sobre el reinado de Satanás previo al Juicio Final, que se daría a los mil años
de la muerte de Cristo. Pero lo cierto es que al menos en ciertas comunidades
se vivió esa época como la época en que debíamos prepararnos para el fin. Y,
como frecuentemente sucede, un cometa vino a añadir su ominosa presencia.
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