Es un lugar común burlarse de ciencia cometaria
antigua. Nosotros la defendemos en lo que no está errada, que no es poco. En
otros post nos ocuparemos de las exhaustivas descripciones de los cometas,
fruto de extraordinarias capacidades de observación y de cielos sin
contaminación lumínica. La gran falencia era la teoría. Se consideraba que los
cometas eran fenómenos atmosféricos producidos por exhalaciones vaporosas de la
tierra que entraban en combustión por la fuerza del viento. Pero esta teoría no
era unánime. Ya el gran filósofo Séneca, fallido tutor de su asesino el
emperador Nerón, afirmaba que todavía se sabía poco de los cometas:
“¿Por qué, pues, hemos de admirarnos si los cometas,
esos raros espectáculos del mundo, no están reducidos aún a leyes fijas, y no
se sepa de dónde vienen, ni dónde se detienen, siendo así que sus reapariciones
no tienen lugar sino a inmensos intervalos? (…) Día llegará en que lo que es misterio para nosotros quede esclarecido
por el trascurso de los años. No basta la vida de un hombre para tan grandes
investigaciones, aunque la consagrase exclusivamente a la contemplación del
cielo”.
Él consideraba, dentro de la opinión minoritaria, que
eran astros de los que sabemos muy poco y hacía esta afirmación
contraintuitiva:
“Tienen
naturalmente como los demás astros forma redonda, pero su luz se extiende a lo
lejos. De la misma manera que el Sol lanza sus rayos a lo largo y a lo
ancho, y presenta sin embargo diferente forma que sus oleadas luminosas, así
también el cuerpo de los cometas es redondo, pero su luz se nos presenta más prolongada que la de las demás
estrellas”.
Una deducción genial, porque sabemos que los núcleos
son “bolas de nieve sucia” pero sólo los pudimos ver cuando la sonda Giotto se
acercó en 1986 al cometa Halley.
Y las palabras que siguen han sido justamente
citadas como un verdadero manifiesto sobre el método científico, desmintiendo
el lugar común de que los romanos no sabían de ciencia:
“Muchos otros poderes, cercanos al supremo numen por
su fuerza y naturaleza, nos son desconocidos, o tal vez, y esto es más
admirable aún, escapan a nuestra vista a fuerza de deslumbrarla, bien porque
sustancias tan tenues no son apreciables a los ojos de los hombres, bien porque
su majestuosa santidad se oculta en profundo retiro para gobernar su imperio,
es decir, a sí mismas, y no dejar acceso mas que al alma. Qué sea este ser sin
el cual nada puede existir, lo ignoramos; ¿y nos admira no conocer mas que
imperfectamente algunos puntos luminosos, cuando se nos oculta ese Dios que es
la parte más principal del universo? ¡Cuántos animales no conocemos sino desde
el siglo actual! ¡Cuántos otros no conocemos y conocerán nuestros
descendientes! ¡Cuántas cosas están
reservadas para las edades venideras, cuando no exista ni siquiera nuestra
memoria! Cosa pequeña sería el mundo si no encerrase el gran misterio que todos
deben investigar. Eleusis guarda secretos para los que vuelven a verla. Así
también la naturaleza no se muestra completamente desde luego. Nos creernos
iniciados, y estamos aún a las puertas del templo. No se muestran sus arcanos
indistintamente y a todo mortal, sino que están recogidos y encerrados en el interior
del santuario. Este siglo verá algunos, y otros se revelarán en la edad que nos
reemplace. ¿Cuándo llegarán estas cosas a nuestro conocimiento?”
Las citas pertenecen al Libro Séptimo de las
“Cuestiones Naturales”, una especie de manual de astronomía y meteorología
antiguas, que puede consultarse en:
http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/cuestiones-naturales--0/html/ff0a3650-82b1-11df-acc7-002185ce6064_8.htm#8
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