Las décadas
de 1830 y 1840 en EEUU fueron fecundas en nuevas religiones (o sectas, el
lector decide) que profetizaban la inminente segunda venida de Jesucristo. Una
de las que tuvo más éxito fue la de los seguidores de William Miller, los
“Milleritas”. Miller anunció que el mundo terminaría el 22 de octubre de 1844
con la venida de Jesús a nuestro mundo. La fecha provenía de una interpretación
de las profecías bíblicas.
La aparición
de un cometa lo suficientemente brillante como para ser observado incluso con
Luna llena en marzo de 1844 fue la gran
prueba de fe para los creyentes en la segunda venida del Hijo de Dios. Durante
el siglo XIX la ciencia empezaba a descartar los supuestos efectos perniciosos
de los cometas en nuestra atmósfera, aunque sin descartarlos por completo. En
1910 Camile Flammarion anunció que nos veríamos sumergidos en la cola venenosa
del cometa Halley. Pero la imagen del cometa como portador de los grandes
cambios seguía muy presente en la cosmovisión de la época. Si viene un cometa,
anuncia algo. En este caso, la segunda venida.
El 22 de
octubre de 1844 Jesucristo no volvió. Miller lo esperó con miles de creyentes,
predicando con la vestimenta blanca con la que esperaba al Mesías. Comprensiblemente,
numerosos discípulos lo abandonaron en su prédica por la venida de Jesús,
pospuesta pero siempre inminente. Pero muchos creyeron que la Segunda Venida
era un acontecimiento cierto, facilitado por el cambio cosmológico producido el
22 de octubre de 1844 (incorrectamente interpretado por Miller). La Segunda
Venida es inminente, pero sin fecha cierta. De esos grupos surgió una de las
creencias más populares entre los protestantes de nuestro país, la Iglesia
Adventista del Séptimo Día.
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