Esta
narración de Poe nos fascina, como nos fascina la Luna. Fue publicada por
entregas en 1835 en una revista y pretendía ser una historia verdadera. Pero un
periódico rival comenzó la serie de publicaciones que ahora se conocen como el
gran fraude lunar (“Great Moon Hoax”) y Poe, furioso por el plagio la
interrumpió justo en la mejor parte. Narra como un holandés deja Rotterdam,
perseguido por sus acreedores y harto de su mujer, para desaparecer por
completo de la faz de la Tierra… yendo a la Luna en un globo con algunas mejoras
técnicas que Poe se encarga de detallar. Lamentablemente, decíamos, Poe interrumpió
las entregas justo cuando el astronauta holandés estaba por contar sus andanzas
en la Luna y su vuelta a la Tierra, mientras que el viaje en sí está contado en
detalle (excesivo, para quien no conoce el estado de la técnica de la época,
como yo). El punto en el que más se equivoca Poe (aunque no, realmente, ya que
el final sugiere que don Pfaall era un timador) es en la existencia de aire, oxígeno,
en el espacio exterior y la existencia
de atmósferas en otros cuerpos celestes y para ello recurre, entre otros
argumentos, a observaciones telescópicas del cometa Encke:
“Por otra parte, yo sabía que no faltaban las
argumentaciones que pretendían probar la existencia de un límite atmosférico
real y definido, pasado el cual no habría aire en absoluto. Pero quienes
defendían tal límite habían descuidado, a mi modo de ver, un hecho que, si bien
no implica una refutación lisa y llana de sus teorías, merece cuidadoso
análisis. Al comparar los intervalos que median entre las sucesivas apariciones
del cometa de Encke en su perihelio y observar del modo más preciso todas las
perturbaciones debidas a la atracción de los planetas, se comprueba que los
períodos disminuyen gradualmente, es decir, que el eje mayor de la elipse del
cometa se acorta de manera lenta pero perfectamente regular. Pues bien: tal
sería el caso si imaginamos la resistencia experimentada por el cometa en un medio etéreo extremadamente rarificado
que reinara en las regiones en que se inscribe su órbita, pues resulta evidente
que tal medio debe, al retardar la velocidad del cometa, aumentar su fuerza
centrípeta mediante la desaceleración de su fuerza centrífuga. En otras palabras,
la atracción solar estaría alcanzando de continuo mayor poder y así el cometa
sería atraído un poco más a cada revolución. A decir verdad, no hay otro modo
de explicar la variación indicada. Pero insisto: puede observarse que el
diámetro real de la nebulosidad del cometa se contrae rápidamente ante la
proximidad del sol, y se dilata con igual rapidez al encaminarse el astro a su
afelio. ¿Me asistía o no razón al suponer con M. Valz que tal aparente
condensación de volumen tiene su origen en la compresión del mismo medio etéreo
al que he aludido, el cual se densifica en relación directa a su proximidad con
el sol?”
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