lunes, 30 de marzo de 2020

EDGAR ALLAN POE Y LOS COMETAS (PARTE I: LA INCOMPARABLE AVENTURA DE HANS PFAALL)




Esta narración de Poe nos fascina, como nos fascina la Luna. Fue publicada por entregas en 1835 en una revista y pretendía ser una historia verdadera. Pero un periódico rival comenzó la serie de publicaciones que ahora se conocen como el gran fraude lunar (“Great Moon Hoax”) y Poe, furioso por el plagio la interrumpió justo en la mejor parte. Narra como un holandés deja Rotterdam, perseguido por sus acreedores y harto de su mujer, para desaparecer por completo de la faz de la Tierra… yendo a la Luna en un globo con algunas mejoras técnicas que Poe se encarga de detallar. Lamentablemente, decíamos, Poe interrumpió las entregas justo cuando el astronauta holandés estaba por contar sus andanzas en la Luna y su vuelta a la Tierra, mientras que el viaje en sí está contado en detalle (excesivo, para quien no conoce el estado de la técnica de la época, como yo). El punto en el que más se equivoca Poe (aunque no, realmente, ya que el final sugiere que don Pfaall era un timador) es en la existencia de aire, oxígeno, en el espacio exterior  y la existencia de atmósferas en otros cuerpos celestes y para ello recurre, entre otros argumentos, a observaciones telescópicas del cometa Encke:
“Por otra parte, yo sabía que no faltaban las argumentaciones que pretendían probar la existencia de un límite atmosférico real y definido, pasado el cual no habría aire en absoluto. Pero quienes defendían tal límite habían descuidado, a mi modo de ver, un hecho que, si bien no implica una refutación lisa y llana de sus teorías, merece cuidadoso análisis. Al comparar los intervalos que median entre las sucesivas apariciones del cometa de Encke en su perihelio y observar del modo más preciso todas las perturbaciones debidas a la atracción de los planetas, se comprueba que los períodos disminuyen gradualmente, es decir, que el eje mayor de la elipse del cometa se acorta de manera lenta pero perfectamente regular. Pues bien: tal sería el caso si imaginamos la resistencia experimentada por el cometa en un medio etéreo extremadamente rarificado que reinara en las regiones en que se inscribe su órbita, pues resulta evidente que tal medio debe, al retardar la velocidad del cometa, aumentar su fuerza centrípeta mediante la desaceleración de su fuerza centrífuga. En otras palabras, la atracción solar estaría alcanzando de continuo mayor poder y así el cometa sería atraído un poco más a cada revolución. A decir verdad, no hay otro modo de explicar la variación indicada. Pero insisto: puede observarse que el diámetro real de la nebulosidad del cometa se contrae rápidamente ante la proximidad del sol, y se dilata con igual rapidez al encaminarse el astro a su afelio. ¿Me asistía o no razón al suponer con M. Valz que tal aparente condensación de volumen tiene su origen en la compresión del mismo medio etéreo al que he aludido, el cual se densifica en relación directa a su proximidad con el sol?”

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