La
explicación de cómo se el Sol se mantiene ardiendo desde hace tantos siglos era
un verdadero desafío intelectual. No digo siglos por error. La idea misma de un
fuego ardiendo por mucho tiempo condicionaba nuestra concepción de la
antigüedad de nuestro planeta tanto como los mitos bíblicos. ¿Cuál era la fuente
de un fuego tan longevo como el Sol? Carbón era el combustible preferido
(bueno, era el mejor que se conocía hasta hace poco), pero hasta los cálculos
más optimistas no iban más allá de algunos miles de años si consideramos el
tamaño del Sol y lo pensamos lleno de carbón.
La
primera teoría sobre un proceso continuo de energía para el Sol fue postulada
por el alemán Robert Mayer en 1848, quien, inspirado por la lectura de la obra
de Kepler, llegó a la conclusión de que el Sol se alimentaba constantemente de
los innumerables cometas que surcan el espacio y se veían atraídos por la
gravedad solar. Según sus cálculos, bastaba el impacto de un cometa del tamaño
de la Luna por año para que el Sol conservara su energía. La teoría fue
desmentida por Lord Kelvin: si millones de cometas y meteoritos han caído
durante millones de años en el Sol, una buena parte caería sobre la Tierra. Pero
la Tierra no presenta cráteres recientes ni vemos nuestros cielos llenos de
cometas, es más, tantos impactos habrían destruido todo, incluso el tamaño del
Sol variaría.
El
desafío de saber como funcionaba el Sol siguió casi un siglo más y solamente el
descubrimiento de la energía atómica nos daría la solución.
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