Como
vimos en un post anterior, la imagen cometaria en el siglo XIX remitía
ineludiblemente a la destrucción, lo que puede verse en una obra especialmente
destructiva como “Los cantos de Maldoror”. En esta segunda entrada tenemos otros
dos ejemplos. En el primero, un Dios ebrio maldice su destino de opresor y el
cometa aparece como símbolo de muerte y regeneración:
“¡Oh!, ¡nunca
sabréis lo difícil que resulta empuñar constantemente las riendas del universo!
Hay veces que la sangre se sube a la cabeza cuando uno se dedica a sacar de la
nada un último cometa, con una nueva raza de espíritus. La inteligencia,
demasiado removia hasta las heces, se retira como alguien derrotado, y puede
caer, una vez en la vida, en los desvaríos de que habéis sido testigo” (pág.159).
En el segundo, la
culminación de la parodia del folletín decimonónico que es el último, canto,
tiene aires de física newtoniana. El monstruoso Maldoror intenta engañar al
joven y desvalido Mervyn y luego de batallar con un arcángel metamorfoseado en
cangrejo y con Dios padre metamorfoseado en rinoceronte (¡!) acaba por darle un
terrible final estrellándolo contra la cúpula del Pantheon:
“Mervyn, seguido
por la cuerda, se parece a un cometa que arrastra tras sí su llameante cola. El
anillo de hierro del nudo corredizo que centellea a los rayos del sol sirve
para completar la ilusión. En el recorrido de su parábola, el condenado a
muerte hiende la atmósfera hasta la orilla izquierda, la sobrepasa en virtud de
la fuerza de impulsión que imagino infinita y su cuerpo va a chocar con la
cúpula del Panthéon, mientras la cuerda rodea parcialmente con sus vueltas la
pared superior de la inmensa cúpula” (págs. 250/251).
Las citas pertenecen a la
traducción de Aldo Pellegrini (Editorial Argonauta, Buenos Aires, 1979).
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