El
“Malleus Maleficarum” (“Martillo de Brujas”) es un tratado de demonología publicado en
Alemania en 1487. En verdad, lo de “tratado” le queda grande y es poco lo que
se discurre sobre demonios. Más bien es una especia de código de procedimientos
para detectar y juzgar brujas. Todo lo despreciable sobre la caza de brujas que
sabemos hoy en día proviene de este libro fatídico, en el que se afirma que la
brujería es una epidemia de la época y que hay que librar una “guerra sucia”
contra ella con métodos como la inversión de la carga de la prueba a cargo de
la persona acusada, la validez de las confesiones bajo tortura y otras
lindezas. La aplicación de las ideas de este libro fue muy fuerte en Alemania,
país en el que se cometieron más asesinatos durante la caza de brujas (a
diferencia de lo que Hollywood impone como verdad, muy pocas brujas fueron
quemadas en España).
Los
párrafos que compartimos se insertan en la discusión general sobre si los
hechiceros cometen actos diabólicos por su propia voluntad, y en especial si
están predeterminados por los astros. En ese contexto se hace mención a la
doctrina religiosa de la época sobre los cometas (no la astronómica) que
explica la transitoriedad de los cometas como creaciones especiales de los ángeles
para ciertas circunstancias históricas. La conclusión de carácter “cientificista”
de que ni los astros ni los cometas en particular determinan la conducta humana
solo llegan a empeorar el tono de la obra: la brujería se debe a la maldad de
las brujas en connivencia con los demonios. A decir verdad, esta obra de dos
infames dominicos alemanes fue rebatida poco después por el tratado de Johann
Wier “De praestigis daemonum”, en el que afirmaba que las acciones de las
brujas no eran perniciosas sino más bien fruto de la enfermedad mental.
“Porque
Tolomeo, en Almagesto, dice: "Un hombre sabio será dueño de los
astros". Porque si bien, ya que Saturno tiene una influencia melancólica y
mala, y Júpiter una muy buena, la conjunción de ambos puede disponer a los
hombres a pendencias y discordias; pero por medio del libre albedrío, los
hombres pueden resistir esa inclinación, y con suma facilidad, con la ayuda de
la gracia de Dios. Y una vez más, no es
una objeción válida citar a San Juan Damasceno, donde dice (Libro II, cap. vi)
que los cometas son a menudo la señal de la muerte de los reyes. Pues se
responderá que aunque sigamos la opinión de San Juan Damasceno, que, como
resulta evidente en el libro a que se hace referencia, era contraria a la opinión
del Camino Filosófico, ello no es prueba de la inevitabilidad de las acciones
humanas. Porque San Juan considera que un cometa no es una creación natural, ni
es uno de los astros ubicados en el firmamento, con lo cual su significación y
su influencia no son naturales. Porque dice que los cometas no pertenecen a los
astros creados desde el comienzo sino que se hacen para determinadas ocasiones,
y luego se disuelven por mandato Divino. Esta, pues, es la opinión de San
Juan Damasceno. Pero DIOS preanuncia con ese signo la, muerte de reyes, antes
que de otros hombres, tanto porque el rey es una persona pública, como porque
de ello puede surgir la confusión en un reino. Y los ángeles son más cuidadosos en su vigilancia sobre los reyes en
bien de todos; y los reyes nacen y mueren bajo el ministerio de los ángeles. Y no existen dificultades en las
opiniones de los Filósofos, quienes dicen que un cometa es un conglomerado
caliente y seco, engendrado en la parte superior del espacio, cerca del fuego,
y que un globo acumulado de ese vapor caliente y seco adopta la apariencia de
un astro. Pero las partes no incorporadas de ese vapor se extienden en largas
extremidades unidas a ese globo, y son una especie de adjunto de él. Y según
esta concepción, no en si misma, sino por accidente, predice la muerte que
proviene de las enfermedades calientes y secas. Y como en su mayor parte los
ricos se alimentan de cosas de naturaleza caliente y seca, en esas ocasiones
mueren muchos de ellos; entre los cuales, la muerte de los reyes y príncipes es
la, más notable. Y esta opinión no está muy lejos de la de San Juan Damasceno,
si se la considera con cuidado, salvo en lo que respecta al funcionamiento y
cooperación de los ángeles, que ni siquiera los filósofos pueden pasar por
alto. Pues en verdad, cuando los vapores, en su sequedad y calor, nada tienen
que ver con la creación de un cometa, aun entonces, por razones ya expuestas,
un cometa puede formarse por la acción de un ángel. De este modo, el astro que
presagió la, muerte del sabio Santo Tomás no fue uno de los ubicados en el
firmamento, sino que lo formó un ángel con algún material conveniente, y
después de ejecutar su función volvió a disolverse. De esto vemos que, sea
cual fuere la opinión que sigamos, los astros no tienen una influencia
intrínseca sobre el libre albedrío, o, por consiguiente, sobre la malicia y carácter
de los hombres. También es de señalar que los Astrónomos presagian a menudo la,
verdad, y que en su mayor parte sus juicios son eficaces en una provincia o una
nación. Y la razón es que toman sus juicios de los astros, que según la opinión
más probable tienen una influencia mayor, aunque no inevitable, sobre las
acciones del género humano en general, es decir, sobre una nación o provincia,
que sobre un individuo; y ello se debe a
que la mayor parte de una nación obedece la disposición natural del cuerpo, más
de cerca que un solo hombre”.