Estaba
leyendo un antiguo libro español del siglo XVIII, “Cartas marruecas”, de José
Cadalso, y encontré una curiosa referencia a nuestra pasión astronómica. El
libro utiliza una treta estilística común entre los autores de la Ilustración que
querían criticar el estado cultural y político de su país: simular un
intercambio de cartas entre viajeros pertenecientes a una cultura no europea en
las que narran las experiencias de un viaje por un país europeo. Es un
ejercicio literario más que interesante, porque por primera vez los europeos se
ponían en perspectiva de ser contemplados por los no-europeos como ellos lo
hacían con los demás: los europeos pasaban a ser los que se comportaban de
manera extraña. De todas maneras, el propósito principal era el de atacar las
ideas del “antiguo régimen” por irracionales aún para los habitantes de países
supuestamente menos civilizados. La obra que inició la moda fue “Cartas Persas”
de Montesquieu.
Lo
cierto es que el protagonista marroquí de “Cartas marruecas” narra su extrañeza
frente a una carta que recibe de una cristiana en la que le cuenta sus penurias
con los seis matrimonios a los que la obligó su padre, sin nunca poder
consumar. El último es un fanático cometario (reproducimos el texto completo,
la parte “cometaria” en negrita). ¿Qué haría el lector de nuestro blog?
“Al
entrar anoche en mi posada, me hallé con una carta cuya copia te remito. Es de
una cristiana a quien apenas conozco. Te parecerá muy extraño su contenido, que
dice así:
Acabo de
cumplir veinticuatro años, y de enterrar a mi último esposo de seis que he
tenido en otros tantos matrimonios, en espacio de poquísimos años. El primero
fue un mozo de poca más edad que la mía, bella presencia, buen mayorazgo, gran
nacimiento, pero ninguna salud. Había vivido tanto en sus pocos años, que
cuando llegó a mis brazos ya era cadáver. Aún estaban por estrenar muchas galas
de mi boda, cuando tuve que ponerme luto. El segundo fue un viejo que había
observado siempre el más rígido celibatismo; pero heredando por muertes y
pleitos unos bienes copiosos y honoríficos, su abogado le aconsejó que se
casase; su médico hubiera sido de otro dictamen. Murió de allí a poco,
llamándome hija suya, y juró que como a tal me trató desde el primer día hasta
el último. El tercero fue un capitán de granaderos, más hombre, al parecer, que
todos los de su compañía. La boda se hizo por poderes desde Barcelona; pero
picándose con un compañero suyo en la luneta de la ópera, se fueron a tomar el
aire juntos a la explanada y volvió solo el compañero, quedando mi marido por
allí. El cuarto fue un hombre ilustre y rico, robusto y joven, pero jugador tan
de corazón, que ni aun la noche de la boda durmió conmigo porque la pasó en una
partida de banca. Diome esta primera noche tan mala idea de las otras, que lo
miré siempre como huésped en mi casa, más que como precisa mitad mía en el
nuevo estado. Pagóme en la misma moneda, y murió de allí a poco de resulta de
haberle tirado un amigo suyo un candelero a la cabeza, sobre no sé qué
equivocación de poner a la derecha una carta que había de caer a la izquierda.
No obstante todo esto, fue el marido que más me ha divertido, a lo menos por su
conversación que era chistosa y siempre en estilo de juego. Me acuerdo que,
estando un día comiendo con bastantes gentes en casa de una dama algo corta de
vista, le pidió de un plato que tenía cerca y él la dijo: -Señora, la talla
anterior, pudo cualquiera haber apuntado, que había bastante fondo; pero aquel
caballero que come y calla acaba de hacer a este plato una doble paz de paroli
con tanto acierto, que nos ha desbancado. -Es un apunte temible a este juego.
El
quinto que me llamó suya era de tan corto entendimiento, que nunca me habló
sino de una prima que él tenía y que quería mucho. La prima se murió de viruelas
a pocos días de mi casamiento, y el primo se fue tras ella. Mi sexto y último marido fue un sabio.
Estos hombres no suelen ser buenos maridos. Quiso mi mala suerte
que en la noche de mi casamiento se apareciese un cometa, o especie de cometa.
Si algún fenómeno de éstos ha sido jamás cosa de mal agüero, ninguno lo fue
tanto como éste. Mi esposo calculó que el dormir con su mujer sería cosa
periódica de cada veinticuatro horas, pero que si el cometa volvía, tardaría
tanto en dar la vuelta, que él no le podría observar; y así, dejó esto por
aquello, y se salió al campo a hacer sus observaciones. La noche era fría, y lo
bastante para darle un dolor de costado, del que murió.
Todo
esto se hubiera remediado si yo me hubiera casado una vez a mi gusto, en lugar
de sujetarlo seis veces al de un padre que cree la voluntad de la hija una cosa
que no debe entrar en cuenta para el casamiento. La persona que me pretendía es
un mozo que me parece muy igual a mí en todas calidades, y que ha redoblado sus
instancias cada una de las cinco primeras veces que yo he enviudado; pero en
obsequio de sus padres, tuvo que casarse también contra su gusto, el mismo día
que yo contraje matrimonio con mi astrónomo”.
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