El próximo 30 de
septiembre, Rosetta completará su misión con un descenso controlado sobre la
superficie de su cometa.
Este
final se debe a la distancia cada vez mayor de la sonda respecto del Sol y la
Tierra. A medida que se acerca a la órbita de Júpiter, la energía solar que
alimenta la sonda y sus instrumentos es cada vez menor, al igual que el ancho
de banda utilizado para la transmisión de datos científicos.
¿Dónde
estará Rosetta el 30 de septiembre?
Si a esto sumamos el
envejecimiento de la nave y la carga útil, que han soportado un entorno muy
adverso durante más de 12 años —dos de los cuales cerca de un cometa con gran
cantidad de polvo—, resulta lógico que Rosetta esté llegando al final de su
vida útil.
A
diferencia de lo sucedido en 2011, cuando Rosetta entró en un periodo de
hibernación de 31 meses durante el tramo más distante de su trayecto, esta vez
la nave está desplazándose en paralelo al cometa. La distancia máxima del
cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko al Sol (de más de 850 millones de kilómetros)
es lo más lejos que Rosetta jamás ha viajado. En consecuencia, en el punto más
alejado carece de energía suficiente para garantizar que sus calentadores sean
capaces de lograr una temperatura suficiente para su supervivencia.
En
lugar de arriesgarse a una hibernación mucho más prolongada, y de la que sería
poco probable que saliese, tras una serie de consultas con el equipo científico
de Rosetta celebradas en 2014, se decidió que la nave seguiría al módulo Philae
en su camino hacia el cometa.
Las
últimas horas del descenso permitirán a Rosetta realizar numerosas mediciones
únicas, incluyendo imágenes de altísima resolución que incrementarán el retorno
científico de la misión con datos de gran valor que solo pueden recopilarse en
una fase final como esta.
No
obstante, las comunicaciones terminarán en cuanto la sonda alcance la
superficie del cometa, seguidas de las operaciones.
“Estamos intentando
incluir el mayor número de observaciones posibles antes de que se agote la
alimentación solar —explica Matt Taylor, científico del proyecto Rosetta de la
ESA—. El 30 de septiembre finalizarán las operaciones de la nave y en ese
momento los equipos pasarán a centrarse exclusivamente en cuestiones
científicas. Al fin y al cabo, ese es el fin con el que se lanzó la misión y
aún nos quedan muchos años de trabajo para analizar exhaustivamente todos esos
datos”.
En
agosto, los operadores de Rosetta comenzarán a cambiar su trayectoria con
vistas a su gran final, en la que la nave irá acercándose al punto más próximo
del cometa a lo largo de una serie de órbitas elípticas.
“Planificar
esta fase resulta mucho más complejo de lo que fue para el aterrizaje de Philae
—reconoce Sylvain Lodiot, responsable de operaciones de la sonda Rosetta—. Las
últimas seis semanas resultarán especialmente difíciles, ya que trazaremos
órbitas excéntricas alrededor del cometa y esto es, en muchos aspectos, aún más
arriesgado que el propio descenso final.
“Cuanto
más nos acercamos al cometa, mayor influencia tiene su gravedad no uniforme,
por lo que debemos controlar más la trayectoria y aumentar el número de
maniobras; así, nuestros ciclos de planificación tendrán que ser mucho más
breves”.
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