Por muchos siglos el más amplio y reconocido compendio
de la ciencia fue la “Historia Natural” de Cayo Plinio Segundo (más conocido
como “El viejo”, para diferenciarlo de otro famoso escritor del mismo nombre,
que fue su sobrino). Es un libro fascinante, sobre todo ahora que ya sabemos
las cosas que se desconocían en la antigua Roma y podemos disfrutar las
historias maravillosas de la que está llena esta obra monumental. Recordemos
que Plinio fue un mártir de la ciencia, ya que en su afán por estudiar de cerca
la erupción del Vesuvio del 79 que destruyó Pompeya y varias ciudades más
terminó pereciendo.
La clasificación de los cometas que realizó Plinio
seguramente no fue original (debe mucho a los astrónomos griegos anteriores)
pero fue quizás la más conocida. En su clasificación (un poco caótica) aparecen
dos prodigiosos cometas míticos que merecen recordarse (Libro II):
“Hay ademas el cometa bianco de Zeusm, de cola
plateada, tan brillante que apenas si se puede mirar, mostrando en su interior
la efigie del dios con aspecto humano (…) Hay otras, terribles, que fueron
conocidas por los pueblos de Etiopia y de Egipto, a las que les dio su nombre
el rey de aquella época, Tifon. Son de apariencia ígnea y enroscadas en forma
de espiral, de aspecto espantoso: una especie de nudo de fuego más que una
estrella de verdad”.
Es seguro que no tiene sentido pensar en que podrían
haber consistido estos cometas, deben ser historias míticas, leyendas, errores
de traducción o de transcripción, pero Plinio no se priva de incorporar una
buena historia al lado de datos más fehacientes.
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