En una vieja entrada, de enero de 2014, recorríamos a
grandes rasgos la galería de temores que los cometas han inspirado a la
humanidad. No queríamos caer en la clásica condena de la superstición en nombre
del moderno espíritu científico, sino tratar de comprender la causa de ese
temor, que en nuestro siglo pueden parecer irracionales pero no lo eran para la
ciencia de siglos anteriores.
En esa entrada decíamos:
“Para el tan esperado retorno del cometa Halley en
1910 los temores parecían haberse disipado, pero seguían latentes. Meses antes
de la fecha de su máximo acercamiento a la tierra, distintos observatorios
informaron que el análisis espectográfico de la luz reflejada por los cometas
mostraba que entre los gases que formaban la cola se encontraba el gas
cianógeno, un veneno letal relacionado con el cianuro. A partir de esa
afirmación, algunos astrónomos sostuvieron que si la Tierra atravesara la cola
de un cometa el cianógeno aniquilaría todo rastro de vida. El más famoso de
ellos era Camile Flammarion, astrónomo y divulgador muy reconocido, cuya fama
solo puede compararse con la que en nuestra época tuvo Carl Sagan. Lo cierto es
que estudios posteriores determinaron que el gas estaba tan diluido que era
perfectamente inocuo, pero no todos leen las desmentidas de las noticias
sensacionales. Hoy vemos a muchos cometas brillando verdes en las
astrofotografías, por la reacción del cianógeno con la luz solar. Cuando las
tapas de los principales diarios del mundo anunciaron que la Tierra atravesaría
la cola del cometa Halley el 18 de mayo de 1910, todos recordaron las
admoniciones de Flammarion y corrieron a conseguir las máscaras antigás y las
píldoras anti-cometa que comerciantes inescrupulosos vendían. Pero el mundo
siguió su curso”.
El fatídico día para que la Tierra pasara por la cola
supuestamente venenosa del Halley era el 18 de mayo de 1910. El lector
argentino se percatara de la cercanía con una fecha trascendental. El 25 de
mayo de 1910 nuestro país celebraría el Centenario de la Revolución del 25 de
Mayo de 1810, el comienzo de nuestra independencia.
Como dijimos, es fácil burlarse a la distancia, pero
debemos dimensionar las palabras del astrónomo más conocido de la época
anunciando un hecho probable desde el punto de vista astronómico. Las historias
de suicidios frecuentes ante el evento cometario suelen ser minimizadas por los
libros de divulgación astronómica.
¿Qué pasó en la Argentina del Centenario?
“Vea
por cinco centavos al cometa de Halley. Conozca la causa de su muerte”,
pregonaba un curioso cartel a pocas cuadras de la Plaza de Mayo, colocado por
un buscavida devenido astrónomo callejero sacando unos pesos con un improvisado
telescopio, según Daniel Balmaceda (Historias insólitas de la historia
argentina,Editorial Norma, Bs.As., 2008, págs..210 y siguientes). Y “Se llenó
de plata. También hizo su negocio a señora Julia V., de la calle Sarandí al
200, “célebre sonámbula y espiritista”, según indicaba el aviso que publicó.
Doña Julia aseguraba que nadie moriría envenenado por los gases del coludo,
pero los predestinados a dejar este mundo debían visitarla, ya que ella iba a
encargarse de salvarlos mediante “un simple método curativo psicológico”. La
calle Sarandí se pobló de incautos” (pag.211).
Don
Francisco Tulio Míguez vio el negocio de los bunkers. “Las casas de Míguez se
hallaban en el partido de San Martín, en el conurbano bonaerense, a corta
distancia de la estación de tren. Estaban bajo tierra y disponían de cuatro
ventanitas, casi a ras del piso, que permitían espiar hacia los cuatro puntos
cardinales para ver cómo se acababa el mundo. En esos refugios de dos
ambientes-eran dos cuartos de ocho metros cuadrados cada uno, sin baño-cinco
personas podían permanecer setenta y dos horas, gracias a unos tubos de oxígeno.
Míguez construyó tres bunkers, pero solo puso a la venta dos, y se los
compraron. El tercero se lo reservó para él y sus padres” (pág.211).
No
era para menos, si el propio director del Observatorio de La Plata, el italiano
Francesco Porro de Somenzi, aseguraba que Flammarion estaba en lo cierto.
Lo
que más impresiona la dimensión de la tragedia que, al menos en Argentina, pero
seguramente en todo el mundo, generó la errada profecía de Flammarion. El
número de suicidios entre el 1 de enero y el 18 de mayo de 1910 fue 437,
altísimo para la época y la población de nuestro país, lo que prueba la
histeria suicida. Además Balmaceda nos cuenta varios casos, con nombre y
apellido, como el de Elvira de 20 años, que había concedido “esa prueba de amor
que usted tanto me había rogado” y que sabe “que no tendré el valor para
enfrentar el juicio final que se anuncia. Tengo miedo de confesar a mi Dios mi
falta” (pág.208) o el del matrimonio Julián y Magdalena Sabarots, que se
suicidaron tres días después de casarse: “Habían decidido ser marido y mujer
antes de que llegara el fin del mundo. Pero no soportaban la idea de morir
asfixiados por los gases del cometa”(pág.212). Hubieran esperado un poco…
Mas
sobre Flammarion y los cometas:
http://cometasentrerios.blogspot.com.ar/2014/07/el-fin-del-mundo-de-camille-flammarion.html