El descubrimiento de cometas es una de las hazañas más
comunes y espectaculares que están a la mano de los aficionados a la
astronomía. Antaño fue un campo exclusivo para los aficionados, luego con las
proliferaciones de grandes observatorios a fines del siglo XIX y sobre todo con
los grandes arrays de telescopios que buscan asteroides cercanos y de sondas
solares como SOHO en nuestro siglo, las posibilidades de descubrir visualmente
un cometa descendieron abismalmente, pero sigue habiéndolos.
Una historia colateral a la fascinante historia de la
observación aficionada de cometas es la historia de los premios que se
instituyeron para los descubrimientos. El primero fue creado por el rey
Federico VI de Dinamarca, un astrónomo aficionado, en 1832. Consistía en una
medalla de oro al observador que descubriera con un telescopio un cometa que no
fuera visible a simple vista. La medalla se continuó otorgando luego de su
muerte por su hijo Cristian VIII hasta 1850. Hoy la medalla de oro dinamarquesa
al descubridor de un cometa con telescopio más famosa es la que recibió la
norteamericana Maria Mitchell en 1848 del 1847-VI, la primera mujer en lograr
un premio astronómico.
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