viernes, 21 de noviembre de 2014

"EL COMETA HALLEY" DE REINALDO ARENAS


Traemos al lector del blog fragmentos de un relato del formidable escritor cubano Reinaldo Arenas titulado “El cometa Halley”. Se cuentan las peripecias de las protagonistas de la famosa obra de teatro de Federico García Lorca, “La casa de Bernarda Alba”, torciendo el final para que las protagonistas, “condenadas a la soltería y al claustro”, viajen a Cuba y logren escapar de su destino. La ocasión de su liberación será el paso del cometa Halley de 1910. El lector sagaz sabrá quien se esconde tras el escritor García Markos, autor de “El amor en los tiempos del vómito rojo”.

“Algo insólito tendría que ocurrir para sacar aquellas vidas, extasiadas en su propia renuncia, de sus sosegadas rutinas. Y así fue. Un acontecimiento fuera de lo común sucedió en aquella primavera de 1910. La tierra fue visitada por el cometa Halley.
No vamos a enumerar aquí las espeluznantes catástrofes que, según la prensa de aquella época, ocurrirían a la llegada del cometa. Las bibliotecas conservan esos documentos. Baste con decir que el más popular (y hoy justamente olvidado) de los escritores de aquel momento, el señor García Markos (quien, naturalmente, también se consideraba astrónomo), autor de libros como Astrología para las damas y Lo que las señoritas deben conocer de las estrellas, además de El amor en los tiempos del vómito rojo, dio a la publicidad una serie de artículos que en pocas semanas recorrieron el mundo y donde, con cierta verborrea seudocientífica, se explicaba que al entrar la cola del cometa en la atmósfera terrestre, ésta se vería contaminada («enrarecida») por un gas mortal que significaría el fin de la vida en todo nuestro planeta, pues, citamos, «al combinarse el oxígeno de la atmósfera con el hidrógeno de la cola cometaria, la asfixia inmediata sería inevitable». Esta descabellada información (descabellada ahora que han pasado cuarenta años de su publicación), quizás por lo insólita y dramática fue tomada muy en serio. Por otra parte, como hipótesis no era fácil de rebatir: el cometa, según García Markos, se acercaba un poco más a la tierra cada vez que repetía su visita. Ese año —¿por qué no?— podía llegar el fin... También el seudocientífico afirmaba que, conjuntamente con el fin del mundo, nos azotaría una plaga de centauros, hipogrifos, peces ígneos, extrañas aves viscosas, ballenas fosforescentes y «otros monstruos estratosféricos» que, producto de la colisión, caerían también sobre este mundo junto con una lluvia de aerolitos. Y todo eso fue también tomado al pie de la letra por la inmensa mayoría. No olvidemos que aquéllos (como todos) eran tiempos mediocres en los que la estupidez se confundía con la inocencia y la desmesura con la imaginación.
El cura de Cárdenas acogió con fanático beneplácito las predicciones apocalípticas del señor García Markos y todos sus seguidores. En un sermón inspirado y fatalista vaticinó abiertamente el fin del mundo. Un fin clásico, tal como lo anunciaba la Biblia, envuelto en llamas. Y, naturalmente, ese fin se debía a que las incesantes cadenas de excesos e impiedades cometidos por el hombre durante toda su trayectoria habían colmado ya la cólera divina. El fin no sólo era, pues, inminente, sino merecido. Lo cual no impidió, sin embargo, que muchos de los habitantes de Cárdenas (y seguramente de otros sitios) se dedicaran a la construcción de refugios subterráneos donde perentoriamente guarecerse hasta que el fatídico cometa se alejase de nuestra órbita. Es cierto que también algunos cardenenses, en vez de tomar precauciones contra el desastre, lo adelantaron quitándose la vida. En el municipio se conservan cartas desesperadas de madres que antes que enfrentarse a la conflagración universal prefirieron adelantarse a ella junto con toda su prole”.
(…)

“Era una noche espléndida como sólo en ciertos lugares del trópico, y específicamente en Cuba, suelen observarse. De la tierra y del mar brotaba una pálida fosforescencia. Cada árbol parecía sobrecogerse sobre su propia aureola. El cielo, en aquel pequeño pueblo donde aún se desconocía la electricidad, resplandecía con la potencia de un insólito candelabro. Allí estaban todas las constelaciones, las más lejanas estrellas, lanzando una señal, un mensaje tal vez complicado, tal vez simple, pero que ya ellos no podrían descifrar jamás. La Cruz de Mayo (aunque estábamos en abril) se dibujaba perfectamente; Las Siete Cabrillas eran inconfundibles, Orión parpadeaba rojizo, lejano y a la vez familiar. Una luna de primavera se elevaba sobre el mar formando un camino que se perdía sobre las aguas. Sólo un cuerpo como una serpiente celeste rompía la armonía de aquel cielo. El cometa Halley hacía su aparición en la tranquila y rutilante inmensidad de la bóveda austral. Entonces, con voz remota, pero muy clara, Adela empezó a cantar”.
(…)

“Sólo faltaban cinco minutos para que el cometa Halley ocupase el centro del cielo.
Y lo ocupó. Y siguió su trayectoria. Y desapareció por el horizonte. Y amaneció. Y al mediodía, cuando las hermanas Alba despertaron, se sorprendieron, no por estar en el infierno o en el paraíso, sino en medio de la calle mayor de Cárdenas completamente desnudas y abrazadas a varios campesinos, a un cochero y a José de Alba, cuya juventud, inmune a tantos combates, emergía una vez más por entre los cuerpos sudorosos”.

(…)

“El Cometa Halley fue uno de los más famosos y prestigiosos prostíbulos de toda Cárdenas, e incluso de toda Matanzas. Expertos en la materia afirman que podía competir con los de la misma Habana y aun con los de Barcelona y París. Durante muchos años fue espléndidamente atendido por sus fundadoras, las hermanas Alba, educadas y generosas matronas como ya en esta época (1950) no se encuentran. Ellas congeniaban el amor con el interés, el goce con la sabiduría, la ternura con la lujuria...Pero aquí hacemos mutis, pues nuestra condición de respetables caballeros de la orden de la Nueva Galaxia (sí, somos astrónomos y condecorados por el municipio de Jagüey Grande) nos impide dar más detalles sobre la vida de esas señoras. Sólo podemos afirmar, y con amplio conocimiento de causa, que ninguna de ellas murió virgen”.


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