viernes, 24 de febrero de 2017

EL MILLONARIO QUE AMABA LOS COMETAS

Esta es la historia de la persona que abrió los observatorios al público, y que gastó buena parte de su fortuna apoyando a la astronomía.  Ya nos hemos referido al premio de 200 dólares para todo aquel que descubriera un cometa y que permitió a E. E. Barnard comprar su casa (http://cometasentrerios.blogspot.com.ar/2017/02/una-casa-hecha-de-cometas-la-comet.html


Hulbert Harrington Warner fue un vendedor que hizo fortuna vendiendo cajas fuertes a prueba de ladrones e incendios. Cuando enfermó de una extraña enfermedad renal, una medicina preparada por un médico de su ciudad, Rochester (en el Estado de Nueva York) salvó su vida. Entonces decidió comprar la patente y empezó a fabricar y vender distintos medicamentos con el nombre de “Safe Cure” (“safe” es caja fuerte y también “seguro”).


Su fortuna se multiplicó.  Decidido a ayudar a su comunidad, conoció un astrónomo local que había ganado una medalla de oro de la Academia de Ciencias de Viena por sus descubrimientos de cometas, Lewis Swift (cuyo nombre el aficionado cometario unirá al de tantos cometas).


La historia de Swift era, como la de Warner, la del esfuerzo permanente recompensado. Un accidente a los 13 años lo había dejado cojo e impedido de realizar los trabajos agrícolas para los que parecía destinado. Se dedicó a la venta de herramientas pero nunca abandonó los estudios de astronomía que había iniciado de joven. Fascinado con Swift, Warner decidió financiar la construcción de un observatorio en Rochester a condición de que la ciudad proveyera un telescopio refractor de 16 pulgadas. El observatorio incluía biblioteca, espacio para otros instrumentos astronómicos y la casa de Swift y su familia. La construcción duró 9 años y le costó a Warner 100.000 dólares de 1882.



Cuando se inauguró en dicho año era el cuarto observatorio más grande de Estados Unidos. Desde allí Swift pudo dedicarse a la observación de cometas y nebulosas.



Warner relacionó astronomía con sus negocios (y quién pudo culparlo con lo que había gastado) y la silueta del Observatorio se convirtió en un ícono de sus marcas comerciales. Además, en la sede central de sus farmacias la gente podía adquirir a 25 centavos una entrada para visitarlo, con lo que fue el primer observatorio abierto al público.
Pero en el siglo XIX en Estados Unidos las fortunas desaparecían tan rápido como empezaban. En una gran crisis en 1893, Warner fue a la bancarrota. Se mudó a Nueva York y luego a otras ciudades, tratando de recuperar su fortuna perdida. Sin el dinero de Warner, Swift se llevó el telescopio en 1894 a California, en donde lo esperaba otro mecenas, Thaddeus S. C. Lowe, en las montañas Echo. Fue director por siete años del Observatorio de Mount Lowe. El motivo que adujo fue que las condiciones para la observación en Rochester, lluviosa y con sus cielos contaminados por la vecina Nueva York, no eran las mejores.
El Observatorio quedó abandonado desde 1894 hasta 1901, cuando una clinica de salud mental se instaló hasta 1909. Desde entonces se fue deteriorando en 1939 fue demolido.
Una historia hermosa con un final triste.




martes, 21 de febrero de 2017

LOS COMETAS EN LA OBRA DE LOVECRAFT



H.P. Lovecraft amaba las estrellas, a su manera. Cada uno de nosotros las ama a su manera. La serena contemplación de su magnificencia que nos recuerda nuestra pequeñez y nos incita a saber más sobre ellas es una sensación que poseemos pero no es nuestra, viene de “Cosmos” y de otros grandes hitos de la divulgación. Cada uno ama a las estrellas a su manera, debemos descubrirla. En una entrada reciente comentamos el constante interés de Lovecraft por la astronomía. El inicio de “Polaris”, un relato que mas bien parece un poema en prosa, es una muestra:
“El resplandor de la Estrella Polar penetra por la ventana norte de mi cámara. Allí brilla durante todas las horas espantosas de negrura. Y durante el otoño, cuando los vientos del norte gimen y maldicen, y los árboles del pantano, con las hojas rojizas, susurran cosas en las primeras horas de la madrugada bajo la luna menguante y cornuda, me siento junto a la ventana y contemplo esa estrella. En lo alto tiembla reluciente Casiopea, hora tras hora, mientras la Osa Mayor se eleva pesadamente por detrás de esos árboles empapados de vapor que el viento de la noche balancea. Antes de romper el día, Arcturus parpadea rojizo por encima del cementerio de la loma, y la Cabellera de Berenice resplandece espectral allá, en el oriente misterioso; pero la Estrella Polar sigue mirando con recelo, fija en el mismo punto de la negra bóveda, parpadeando espantosamente como un ojo insensato y vigilante que pugna por transmitir algún extraño mensaje, aunque no recuerda nada, salvo que un día tuvo un mensaje que transmitir. Sin embargo, cuando el cielo se nubla, consigo conciliar el sueño”
Las estrellas pueden dar miedo, claro que sí. También lo pueden hacer los cometas. Son pocas las menciones cometarias en la literatura lovecraftiana. Todas tienen en común la imagen cometaria como alegoría de la enloquecedora soledad del espacio que recorren en sus órbitas. En “El llamado de Cthulhu”, el protagonista, en el paroxismo de la lucha, en el mar, con la entidad que da nombre al relato tiene pesadillas cometarias:
“Así es como acabó todo. Tras aquel día Johansen no hizo más que obsesionarse con el ídolo y ocuparse de su sustento y el de aquel maníaco de risa enloquecida que tenía a su lado. No trató de navegar tras aquella audaz hazaña, pues semejante reacción le había quitado una parte de su alma y ánimo. Después llegó la tormenta del 2 de Abril, y con ella los turbios nubarrones en que se sumió su consciencia. Sintió un remolino espectral a través de líquidos abismos de infinidad, de vertiginosos recorridos por universos giratorios sobre la cola de un cometa, y de histéricos saltos desde el fondo de los abismos a la luna, y de la luna a los fondos de los abismos, todo ello animado por un histriónico coro de retorcidos y jocosos dioses ancianos y de los burlones diablillos de color verde y con alas de murciélago surgidos del Tártaro”

En “La búsqueda de la onírica Kadath”, el protagonista Randolph Carter ingresa en una realidad alternativa en sus viajes oníricos. Aquí un barco volador lo lleva a la Luna y el protagonista se estremece cuando se zambulle en el negro espacio:

Carter sintió un acceso de terror indescriptible al notar que la tierra huía bajo la quilla, y que el navío surcaba silencioso como un cometa los espacios planetarios
Luego, en el curso lento y sinuoso de la eternidad, el cielo supremo del cosmos llegó al término de una de sus consunciones y todas las cosas volvieron a ser nuevamente como habían sido innumerables kalpas antes. La materia y la luz nacieron una vez más, tal como habían sido antes en el espacio; y los cometas, los soles y los mundos se lanzaron inflamados a la vida, pero nada sobrevivió para atestiguar que habían existido y habían desaparecido después, que habían existido y dejado de existir una y otra vez, desde siempre, sin un primer principio ni un último fin”.

En otra de las aventuras de Randolph Carter (supuesto alter ego del autor), “A través de las puertas de la llave plateada”, el protagonista experimenta la esquizofrenia que nos acecha un poco a todos, pero a la manera radical, terrible y barroca de don Lovecraft. Uno de los posibles “Carter” en otra dimensión es “una mente vegetal del futuro, habitante de un cometa radiactivo de órbita inconcebible”:

“Una ligera modificación del ángulo podría convertir al sabio de hoy en niño de ayer; a Randolph Carter en Edmund Carter, el brujo que huyó de Salem a las montañas de Arkham en mil seiscientos noventa y dos, o en Pickman Carter, que empleó extraños procedimientos para rechazar a las hordas mongolas de Australia; al Carter humano en una de aquellas entidades primordiales que habitaron en la arcaica Hyperborea y
adoraron al negro y pastoso Tsathoggua, después de huir de Kythamil, el planeta doble que un día giró en torno a Arcturus; al Carter terrestre en un antepasado remotísimo y rudimentario, morador del propio Kythamil, o incluso en las criaturas aún más remotas de las transgalácticas Stronti, o en una conciencia etérea y tetradimensional de un continuo espaciotemporal aún más antiguo, o en una mente vegetal del futuro, habitante de un cometa radiactivo de órbita inconcebible. Y así sucesivamente en infinitos ciclos cósmicos”.


¿Qué tal? Amamos a Lovecraft!!!

viernes, 17 de febrero de 2017

UNA DESCRIPCIÓN DEL GRAN COMETA DE 1882


 

Imagen tomada de:  www.catchersofthelight.com 
Los lectores del blog se habrán dado cuenta de la fascinación que ejerce esta imagen, por el reiterado uso que hemos hecho de ella. La excusa esta vez es compartir la descripción que hizo de este cometa el Director del Cape Observatory en Sudáfrica, David Gill (tomada de “The art of comet hunting, Part II, de David. H. Levy):
“No había una sola nube en el cielo, de un color amarillento que se mezclaba con el azul oscuro de las montañas distantes, y sobre las montañas una masa de esplendor dorado y forma poco definida se alzaba con una belleza que no puedo describir. El Sol salió unos pocos minutos después, pero grande fue mi sorpresa cuando me di cuenta de que el cometa no parecía disminuir su brillo sino que se volvía más blanco y de forma más definida a medida que se elevaba sobre las nieblas del horizonte”.

¡Un cometa que se veía más claramente de día! No es de extrañar que se haya podido captar su reflejo en el agua. A David Gill le debemos esta fotografía del mismo cometa, igualmente impresionante:


lunes, 13 de febrero de 2017

FRAGMENTACIÓN DEL 73P/Schwassmann-Wachmann

En las espectaculares imágenes que vemos (a las que accedí desde la web de la Sección Cometas de la LIADA) se puede ver la fragmentación de uno de los cometas más propensos a la fragmentación, el 73P/Schwassmann-Wachmann. Así se descubrió la fragmentación:

Y luego el fragmento más chico se transforma en mucho más brillante que el cuerpo principal del 73P.
El descubrimiento de esta fragmentación se la debemos al astrónomo de la British Astronomical Association Thierry Noel.
El 73P es difícil de observar desde el hemisferio sur (muy bajo al amanecer), esperemos que las nubes y las lluvias se vayan para el fin de semana.

PASÓ EL 45P/HONDA–MRKOS–PAJDUSAKOVA

El viernes 10 de febrero pasó el 45P, uno de los cometas más esperados de 2017, a poco más de 12 millones de kilómetros de nuestro planeta (más de 30 veces la distancia Tierra-Luna). No fue un acercamiento tan extremo, pues así se lo fotografió uno de los telescopios Slooh, situados en el Observatorio del Teide, en la isla de Tenerife.

De todas maneras es espectacular que un cometa cuyo diámetro mida apenas entre 0,5 y 1,6 kilómetros y que tiene una órbita que lo obliga a pasar por el Sol cada poco más de 5 años (con el consiguiente desgaste), todavía pueda generar fotografías como las que fueron Astronomical Picture of the Day (APOD) los días 2 de enero y 12 de febrero:
Image Credit & Copyright: Fritz Helmut Hemmerich 
 



lunes, 6 de febrero de 2017

UNA “CASA HECHA DE COMETAS”. LA COMET HOUSE DE E. E. BARNARD


La historia de la astronomía cometaria es la más apasionante de las narraciones sobre la ciencia como aventura. El descubrimiento de cometas fue hasta hace un par de décadas la aventura de astrónomos amateur  en pugna por demostrar su paciencia y sus habilidades observacionales. Hoy quedan pocos grandes descubridores y sólo ellos pueden competir con los grandes telescopios que descubren cometas como efecto colateral de otras investigaciones, mayormente sobre asteroides peligrosos.
Pero  en el siglo XIX la aventura de descubrir cometas era el máximo desafío de los astrónomos, obsesionados con el sistema solar porque aún no se había determinado que muchas de esa molestas “nébulas” que no había que confundir con los cometas, eran galaxias.
Para uno de estos aventureros el descubrimiento de cometas le dio la posibilidad de comprar y construir su casa, y fue el inicio de una carrera astronómica que lo sitúa entre los astrónomos más importantes de la historia. Se trata de Edward Emerson Barnard. Su historia es increíble.

Su infancia estuvo marcada por la pobreza más absoluta. Para olvidarla, y la muerte de sus padres, solía mirar los cielos nocturnos con especial detenimiento. A los 9 años comenzó a trabajar de asistente de un fotógrafo y luego consiguió un libro de astronomía y a partir de ese momento comenzó una ascendente carrear que lo llevaría a los observatorios de Lick y Yerkes y a enseñar astronomía en la Universidad de Chicago. Su impresionante lista de logros astronómicos puede consultarse en la web, pero lo que ahora nos interesa es el descubrimiento en 1881 (y con su telescopio personal de 130 mm.) del C/1881 S, su primer cometa. Meses antes, un multimillonario filántropo, Hulbert. Harrington Warner, había instituido el “Warner Prize”: 200 dólares a quien descubriera un cometa. El primer cometa de Barnard le reportó el dinero para comprar el terreno, pero la pobreza seguía apretando, así que el segundo cometa lo sacó de apuros. Finalmente fueron varios los cometas por los que embolsó del excéntrico Warner (cuya historia astronómica merece otra entrada por sí misma) el premio en dinero (hay fuentes que dicen 5, otras 8). La casa que vemos abajo, en la Belmont Avenue de Nashville, fue “hecha de cometas” según el propio Barnard y era conocida como la “Comet House. Son 19 los cometas que descubrió Barnard hasta su muerte en 1923 a los 65 años, uno de ellos fue el primer cometa descubierto fotográficamente.



jueves, 2 de febrero de 2017

LA VUELTA DEL COMETA HALLEY


El cometa Halley en Londres (1759) por Samuel Scott
"La predicción de Halley causó sensación, pero estas cosas no duran eternamente. Al fin y al cabo, lo único que cabía hacer era esperar más de medio siglo para comprobar si, en efecto, el cometa volvía. Muy pocos de los astrónomos del momento podían esperar vivir tanto, por lo que eran conscientes de que nunca sabrían si la predicción era verdadera o falsa. Y, como es lógico, se pusieron a hacer otras cosas.
Pero al fin llegó 1758, y pasaron los meses, uno tras otro, sin que ningún cometa apareciese en el cielo.
Tampoco es que se esperase que el cometa volviera necesariamente en el momento predicho. A fin de cuentas, entre la respectiva circunvalación del Sol de los cometas de 1531 y 1607 habían transcurrido 76 años y un mes, mientras que entre la de los cometas de 1607 y 1682 el intervalo había sido de 74 años y 11 meses. Es decir, una diferencia de un año y dos meses. La cita no tenía por qué ser inexorablemente en 1758. Podía ser en 1759 e incluso en 1760.
Pero ¿por qué tenía que haber tal irregularidad?
Si el cometa y el Sol eran los únicos cuerpos involucrados, el cometa tenía que volver con la puntualidad de un reloj. Pero lo que ocurría era que el cometa y el Sol no eran los únicos cuerpos involucrados. Mientras el cometa se desplazaba a lo largo de su órbita, podía pasar muy cerca de los dos planetas gigantes, Júpiter y Saturno, que podían exigir a su vez su derecho de peaje gravitacional al cometa, acelerándolo o retardándolo.
Halley había calculado una órbita para el cometa, pero había espacio para mejorar tales cálculos. Mientras se acercaba la fecha prevista para el regreso, dos astrónomos franceses, Alexis Claude Clairault (1713-1765) y Joseph Jeróme Lalande (1732-1807), revisaron las cifras de Halley y trazaron la órbita cometaria con mayor exactitud. Tuvieron en cuenta la fuerza de gravedad de Júpiter y Saturno en el momento en que el cometa tenía que rebasarlos. Así averiguaron que el cometa tenía que retrasarse un poco y que no alcanzaría su punto más próximo al Sol «‹perihelio», palabra de origen griego que significa «alrededor del Sol») hasta el 13 de abril de 1759. Como es lógico podría detectarse, mientras se acercaba, meses antes del perihelio.
Pese a todo, los astrónomos profesionales no contaban con un estímulo suficiente para organizar una investigación en toda regla en lo que afectaba a aquel cometa que volvía.
La astronomía es una ciencia que, incluso hoy, cuenta con devotos aficionados capaces de llevar a cabo trabajos importantes y útiles. Uno de éstos, y en activo en 1758, era un acomodado terrateniente alemán llamado Johann Georg Palitzsch (1723-1788). Conocía la obra de Halley y estaba convencido de que el cometa volvería.
En noviembre de 1758 preparó el telescopio y se puso a observar la zona celeste en que el cometa, en caso de que volviese, tenía que aparecer. Esperó con paciencia y el 25 de diciembre de 1758 tuvo lo que sin duda fue la mejor Navidad de su vida, ya que fue aquel día cuando se convirtió en la primera persona que detectó al cometa que regresaba.
El informe de Palitzsch reanimó a los profesionales. El primer avistamiento profesional lo hizo el 21 de enero de 1759 un astrónomo francés, Charles Messier (1730-1817), que durante semanas sufrió sin embargo los inconvenientes de una racha de tormentas que dificultó la buena visión.
A partir de entonces el resplandor del cometa fue aumentando gradualmente, cruzó el cielo según la órbita que le correspondía y fue visible (salvo cuando estuvo muy cerca del Sol) hasta fines de mayo. Llegó a su perihelio el 13 de marzo, un mes antes de lo predicho por Clairault y Lalande.
¿Por qué esta diferencia? Bueno, en primer lugar Clairault y Lalande ignoraban la existencia de los planetas lejanos, Urano y Neptuno, y por lo tanto no habían podido tener en cuenta su fuerza de gravedad. Tampoco eran muy exactas las cifras que tenían respecto de la masa de Júpiter y Saturno. Pero si consideramos la enorme información que les faltaba hay que convenir en que trabajaron de manera irreprochable"
De:

Asimov, Isaac: “El cometa Halley”.