La
vida de William Whiston es merecedora de una película. No fue un científico de
menor rango ni un iluminado. Fue el discípulo al que Isaac Newton promovió como
su sucesor en la famosa Cátedra Lucasiana de Matemáticas en 1702. No sólo fue
un prominente físico y astrónomo (uno de los primeros en sostener la
periodicidad de las órbitas cometarias) sino que también fue un destacado
teólogo, siempre bajo el patrocinio de Newton. Sus problemas empezaron cuando
las sutiles disquisiciones sobre trinitarismo y arrianismo en las que lo inició
el propio Newton (reconocido ocultista y alquimista) lo llevaron a desafiar el
dogma trinitarista de la Iglesia de Inglaterra y ser expulsado de la cátedra en
1710. Whiston nunca perdonó a Newton “haberlo dejado en la estacada”, como
decimos los argentinos, es decir, no haber hecho nada cuando estaba en
problemas. Su vida posterior fue la de un herético propiciando la vuelta a un
cristianismo primitivo al mismo tiempo que era un destacado conferencista. De
sus tiempos de discípulo de Newton proviene la obra que nos interesa: “A new
theory of the Earth” (1696), loada por John Locke y el propio Newton, en el que
(antes incluso de que se comprobara la periodicidad del cometa Halley) atribuía
los grandes cambios en la Tierra a la acción de cometas, situándose en lo que
posteriormente se conocería como “catastrofismo geológico”. Un primer cometa
habría entrado en órbita solar y hoy es nuestro hogar planetario. Un segundo
cometa pasó lo suficientemente cerca como para humedecer la árida Tierra y
crear el Paraíso. Pero los pecados del hombre propiciaron la punición divina en
la forma de un tercer cometa “el 28 de noviembre de 2349 AC al mediodía en el
meridiano de Pekín donde Noé vivía antes del Diluvio”. El diluvio universal se
desencadenó con el impacto de la cola de un cometa contra la atmósfera de la
Tierra. Reemplacemos el impacto de un cometa por el de mucho y el volumen de
agua implicada y no estamos lejos de las modernas teorías que sostienen el
origen cometario del agua en la Tierra. Pero no repetiremos los errores de
tantos divulgadores científicos que piensan que las disquisiciones filosóficas,
como las de Giordano Bruno, si coinciden con la ciencia son ciencia. Don Whinston
siguió haciendo de las suyas de viejo y
en 1736 pronosticó que el mundo acabaría por el impacto de un cometa el
16 de octubre, lo que provocó la lógica preocupación que originó que el
Arzobispo de Canterbury afirmara que el mundo que el mundo no terminaría el 16
de octubre de 1736… como si alguno de estos respetables vejetes lo pudiera
saber.
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