“Para
ilustrar los brotes desiguales, súbitos y extensos que exige la teoría, cita la
cepa fatalmente virulenta que atacó por primera vez a los seres humanos en Massachusetts,
en septiembre de 1918 y que un par de días después caía sobre otros individuos
en Bombay. Eso ocurrió en los tiempos anteriores a los viajes aéreos
intercontinentales, cuyo advenimiento, según Hoyle, ha tenido pocas
consecuencias sobre la velocidad de difusión de la gripe. Los epidemiólogos
explicarían la aparición casi simultánea en Estados Unidos y en la India aduciendo
que los virus alojados en los animales se habrían extendido antes por todo el
mundo a través de los pájaros y los animales domésticos. Pero Hoyle se mofa de
estas explicaciones mundanas: la gripe, dice, parece existir únicamente en los
seres humanos en la medida en que “procede del exterior”. La antigua costumbre
inglesa de aislar a los niños en pensionados proporcionaba una oportunidad
especial para comprobar las hipótesis de que las enfermedades proceden de los
cometas. Hoyle y Wickramasinghe no se contentaron con peinar la literatura
médica en busca de los misterios que pudieran resultarles favorables. Como
buenos científicos, formularon una predicción: que todo nuevo brote de gripe
estaría muy desigualmente repartido. La epidemia de 1977-1978 les ofreció la
oportunidad que necesitaban y los pensionados disponían de una información
exacta sobre donde dormían sus alumnos y quienes y cuando contraían la gripe.
El resultado fue el primer libro de astromicrobiología: “Las enfermedades
proceden del espacio” (“Diseases from space”, 1979) que ilustraron con planos
de los colegios y residencias, como en las novelas policíacas más complicadas.
Y
partiendo de las tribulaciones de la aristocracia de los adolescentes aquel
invierno demostraron, satisfactoriamente al menos para sí mismos, que la gripe
no se transmitía de individuo a individuo y que incluso se difundía de forma más
caprichosa de lo que ellos mismos habían previsto. Por ejemplo, en el Eton
College, una tercera parte de los muchachos cayeron enfermos, mientras que en
el St. George’s College, situado a unos pocos cientos de metros de distancia,
no hubo ningún caso de gripe. Los muchachos de Eton dormían en veinticinco
alojamientos distintos pero se mezclaban durante el tiempo lectivo y, en alguna
medida, para comer, pero la incidencia de la gripe oscilaba entre un solo caso
en los setenta chicos de un alojamiento hasta niveles muy por encima de la
media en otros.
La
probabilidad en contra de que tales variaciones fueran de origen aleatorio, los
astrofísicos la consideraron astronómica y presentaron una explicación meteorológica
de su desigual distribución. Los virus más activos procedentes del espacio exterior
serían los arrastrados por gotas de lluvia que se “secarían” antes de llegar al
suelo, dejando que los virus se desplomaran en turbulencias locales durante el
resto del camino: la dirección del viento en la superficie terrestre, en
interacción con la topografía y las edificaciones, podrán afectar mucho la
forma de la turbulencia, creando puntos afortunados que escaparían al virus.
No
es saludable salir de casa: ésta es la deducción evidente de los datos y de la
teoría en general. Se dice que un ejemplo trágico ha sido la “enfermedad del
legionario” acaecida en 1976. Algunos miembros de la Legión Americana salieron
a unos cuantos pasos del vestíbulo de su hotel de Filadelfia para ver el paso
de un desfile y fueron presa de una pequeña nube cometaria que transportaba un
bacilo hasta entonces desconocido, Veintinueve no consiguieron recuperarse”.
“Que
viene el cometa” de Nigel Calder, Biblioteca Científica Salvat (páginas 145 y
siguientes)
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