El
13 de marzo de 1781 William Herschel, quizás el observador astronómico más
grande de todos los tiempos, descubrió lo que pensó que era un cometa. Los cometas
estaban de moda, como siempre, pero especialmente porque hacía pocos años
Halley había conseguido determinar la órbita de uno de ellos y de esta manera
confirmar la tesis de que eran cuerpos celestes que orbitan al Sol y no
emanaciones de vapores calientes de la Tierra. Había un problema, sin embargo:
era un cometa lejano, que se movía lentamente, pero con un brillo que un cometa
solo adquiere cerca del Sol. Solamente dos años después Herschel admitió que la
órbita circular de su cometa era, nada menos, un planeta, al que llamó “Georgium
Sidus”, en honor de su patrono el Rey de Inglaterra Jorge III. Fue en 1850 que
Urano recibió su nombre mitológico, con el que se conoce actualmente al ex
cometa.
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