sábado, 28 de diciembre de 2019

RECUPERAR EL HONOR POR UN COMETA. LOS COMETAS DE KAOURA IKEYA.



La tradición japonesa de descubrimientos cometarios por aficionados es fascinante, y ya hemos dedicado varias entradas al tema. La historia de Kaoura Ikeya también es fascinante. Vean si no:
“El 2 de enero de 1963, este aficionado de diecinueve años descubrió su primer cometa. Al día siguiente, los periodistas de la radio y la televisión invadieron su casa e Ikeya se convirtió en un héroe del Japón.
La historia de Ikeya cautivó la imaginación del público. Una historia que empieza unos años antes cuando el negocio de su padre comenzó a declinar y el buen hombre se puso a beber para olvidar las congojas. Las cosas empeoraron, la familia se convirtió en la vergüenza del vecindario, cosa insoportable en un país en el que el orgullo familiar constituye una de las razones de vivir. La madre se vio obligada a trabajar de asistenta en un hotel y el muchacho repartía periódicos por la mañana, antes de ir a la escuela, a fin de ayudar a cubrir el presupuesto familiar. Todos los días se levantaba a las cinco de la mañana para cumplir su tarea y durante los meses que siguieron atravesó un período de depresión. Después decidió que le incumbía a él precisamente sacar a la familia de la suerte en que su padre la había hundido. Pero ¿cómo? A la sazón, tenía quince años, nada más. La astronomía le fascinaba y pensó que si podía unir el deshonrado nombre de su familia a un cometa nuevo, la gloria sustituiría a la vergüenza. Pero esta idea no era más que un sueño de estudiante. El muchacho salió del colegio en 1959 para trabajar en una fábrica de pianos: Entonces empezó a construir su telescopio y dedicó todos sus ocios a este proyecto, y al cabo de dos años de trabajo, el instrumento quedó listo. Noche tras noche, observaba el cielo con una perseverancia notable; pero al cabo de varios meses el desaliento empezaba a invadirle. Decidió escribirle a Honda, célebre en todo el Japón por haber descubierto nueve cometas. Éste le respondió con unas palabras de ánimo y aliento, y la búsqueda continuó. Dieciséis meses más tarde, en enero de 1963, Ikeya descubrió por fin su primer cometa; luego, en junio de 1964 el segundo, y en 1965, con Seki, el tercero, el famoso cometa Ikeya-Seki, que fue visible en pleno día a simple vista. Más, para él, el día más grande fue el 2 de enero de 1963, cuando el honor de su familia reapareció bajo la forma de un cometa que llevaba su nombre”.
Fuente: “Los cometas de la antigüedad a la era espacial”, de Philipe Veron y Jean-Claude Ribes, Editorial ATE, Barcelona, 1979, páginas 148-149.

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