Retomamos
el relato, que dejamos hace ya quince días (ahora me percato de lo atareado que
han sido, que me forzaron a dejar este relato en suspenso).
Se
descubre que el cometa tiene rumbo de colisión, pero la orgullosa ciencia
positivista de mediados del siglo XIX ya no teme a las colisiones con los
cometas tras determinarse que son muy pocos densos y compuestos primordialmente
de gas. Como sabemos, los cometas tienen un núcleo sólido para nada
despreciable, así que en este caso la ciencia astronómica daba falsas
esperanzas. Pero, quedaba la composición de los gases que forman lo que hoy
conocemos como coma. Fue el descubrimiento de que el Halley tenía una coma con
fuerte presencia de cianógeno (que da el color verde característico de muchos
cometas) lo que genero el pánico de 1910, cuando se pensó que respiraríamos
cianuro cuando la Tierra atravesara la cola del cometa.
“Los elementos del extraño
astro fueron inmediatamente calculados, y todos los observadores coincidieron
en que su paso, en el perihelio, lo aproximaría mucho a la tierra. Dos o tres
astrónomos de renombre secundario sostuvieron resueltamente que el choque era inevitable.
Imposible expresar el efecto de esta noticia en las gentes. Durante unos pocos
días no quisieron creer en una afirmación que su inteligencia, tanto tiempo
aplicada a consideraciones mundanas, no podía aprehender de ninguna manera.
Pero la verdad de un hecho de importancia vital se abre paso en el
entendimiento del más estólido. Los hombres comprendieron finalmente que los
astrónomos no mentían, y esperaron el cometa. Al principio su acercamiento no
parecía muy rápido, y nada de insólito había en su aspecto. Era de un rojo
oscuro, con una cola apenas perceptible. Durante siete u ocho días no
advertimos ningún aumento en su diámetro aparente, y su color cambió muy poco.
Entretanto los negocios ordinarios de la humanidad habían sido suspendidos y todos
los intereses se concentraban en las discusiones científicas referentes a la
naturaleza del cometa. Aun los más ignorantes forzaban sus indolentes
inteligencias para entenderlas. Y los sabios consagraron entonces su
intelecto, su alma, no ya a aliviar los temores o a sostener sus amadas
teorías, sino a buscar la verdad, a buscarla desesperadamente. Gemían en
procura del conocimiento perfecto. La verdad se alzó en toda
la pureza de su fuerza y de su excelsa majestad, y los sensatos se inclinaron y
adoraron.
La opinión según la cual
nuestro globo o sus habitantes sufrirían daños materiales de resultas del
temible contacto, perdía diariamente fuerza entre los sabios, y a éstos les era
dado ahora gobernar la razón y la fantasía de la multitud. Se demostró que la
densidad del núcleo del cometa era mucho menor que la de nuestro gas más raro;
el inofensivo pasaje de un visitante similar entre los satélites de Júpiter era
argüido como un ejemplo convincente, capaz de calmar los temores. Los teólogos,
con un celo inflamado por el miedo, insistían en la profecía bíblica,
explicándola al pueblo con una precisión y una simplicidad que jamás se había
visto antes. La destrucción final de la tierra se operaría por intervención del
fuego; así lo enseñaban con un brío que imponía convicción por doquier; y el
que los cometas no fueran de naturaleza ígnea (como todos sabían ahora)
constituía una verdad que liberaba en gran medida de las aprensiones sobre la
gran calamidad predicha. Es de hacer notar que los prejuicios populares y los
errores del vulgo concernientes a las pestes y a las guerras —errores que antes
prevalecían a cada aparición de un cometa— eran ahora completamente
desconocidos.
Como naciendo de un súbito
movimiento convulsivo, la razón había destronado de golpe a la superstición. La
más débil de las inteligencias extraía vigor del exceso de interés”
La
traducción es la de Julio Cortazar y el cuento entero se puede leer aquí:
http://cometasentrerios.blogspot.com/2014/02/el-fin-del-mundo-por-un-cometa.html
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