En una entrada
anterior (http://www.cometasentrerios.blogspot.com.ar/2014/02/el-fin-del-mundo-por-un-cometa.html
) recordamos una narración de Edgard Allan Poe en la que la civilización humana
era destruida por un cometa. Sobre ese mismo peligro versa la novela “La fin du
monde” (“El fin del mundo”), un verdadero best seller del año 1894 del
astrónomo francés Camille Flammarion, una personalidad fascinante.
Fue un “Carl Sagan”
del siglo XIX en lo que hace a la divulgación de la astronomía, escribió muchísimas
obras que fueron traducidas a muchas lenguas, fundó la Sociedad Astronómica
de Francia y fue la imagen del astrónomo de finales del siglo XIX y principios
del XX. Paralelamente a su interés científico (fue uno de los más reconocidos
observadores de Marte) fue un convencido espiritista y llenó gruesos volúmenes
con casuística paranormal.
Esta novela
comienza con el descubrimiento de un cometa tiene rumbo de colisión con la Tierra en el siglo XXV.
Como es el siglo XXV el progreso ha hecho maravillas: modernos dirigibles
eléctricos permiten elevarse hasta lo más alto de la atmósfera, los monos han
sido entrenados como sirvientes, los distintos observatorios alrededor del
mundo están conectados por teléfono, recibimos comunicaciones esporádicas de la
civilización marciana (en decadencia por la falta de agua) que nos llegan a
través de señales luminosas y en la forma de … jeroglíficos.
La colisión con el
cometa podría acabar con la
Tierra , con la consiguiente aprensión de sus habitantes.
Es interesante
notar cómo los conocimientos científicos de la época agrandaban los potenciales
desastres que nos traería un choque con un cometa. Por empezar el cometa en
rumbo de colisión mide 65 veces el diámetro de la Tierra , lo que nos hace
sonreír cuando actualmente sabemos que miden sólo algunos kilómetros. A su vez,
se pensaba que los núcleos podían ser solamente gaseosos o, como el caso de la
novela, traer como confites en una torta fragmentos rocosos de varios
kilómetros de diámetro.
La espectografía
del cometa muestra que el gas que predomina es el venenoso óxido carbónico, por
lo que el choque del cometa (hoy diríamos la coma del cometa) con la atmósfera
terrestre podría generar la mortandad general por asfixia. Surge el debate con
quienes dicen que el gas venenoso no entraría en la atmósfera pero que la onda
de choque provocaría que esa energía se convierta en calor e incendiara la
atmósfera en un incendio universal.
El jefe del
Observatorio de París (alter ego del autor) acierta finalmente con su
pronóstico: el gas venenoso no ingresará a la atmósfera, el hemisferio en el
que se produzca el impacto se calentará en extremo pero no arderá y los
“uranolitos” presentes en el núcleo traerán la destrucción a los sitios en los
que caigan.
Finalmente se
cumple el pronóstico: tras dos días sin noche, con el cometa brillando en todo
el cielo, se produce el choque con la
Tierra : varias ciudades son arrasadas por meteoritos y
centenares de miles de personas mueren por complicaciones pulmonares y
envenenamiento por encierro en sótanos, pero el planeta sobrevive… y eso que
estamos a la mitad del libro.
Lo que sigue es la
exposición de los distintos finales que puede sufrir la Tierra y el que finalmente
sucede (muchos miles de años después) es el más extraño de todos: lentamente el
planeta se seca por el agua que se filtra en el suelo hasta las profundidades
del núcleo del planeta, lo que lleva a la extinción de la raza humana. Los
humanos han evolucionado: la falta de trabajo físico ha llevado a que su mente
se hiperdesarrolle y presentan la imagen de los típicos extraterrestres de las
películas: amplias cabezas para llevar el cerebro, grandes ojos y bocas
diminutas (porque ya no mastican carne), además de la comunicación por
telepatía y otras facultades paranormales. Ese extraño final es propio de los
conocimientos científicos de la época: no se conocía la deriva de las placas
continentales, se pensaba que el Sol debía su calor al fuego inicial alimentado
por la caída de meteoritos y que el universo era infinito y eterno. Para
Flammarion la sequía era el fin de todos los planetas, fue el de la Luna y era el de Marte en 1894,
él creía (como muchos) que una civilización más antigua que la nuestra
agonizaba en Marte tratando de llevar agua por canales a las últimas ciudades
en el desierto, y ese es el fin de la Tierra.
La incógnita sobre el destino de la pareja final de humanos
(Eva y Omegar, de omega, la última letra del alfabeto griego) no será develada
pero es espiritualista. La novela tiene sus partes interesantes y a veces
involuntariamente divertidas y los amantes de los cometas la sabrán disfrutar.
Su lectura permite entender el pánico generado por el cometa Halley, que no era
tan descabellado para los conocimientos científicos de la época como lo es
ahora para nosotros. Un libro para recuperar. Buscando en Internet descubrí que
el genial director Abel Gance hizo una adaptación cinematográfica de la novela
en 1931, intentaré encontrarla, porque sería la única película cometaria que
conozco.