La
Agencia Espacial Europea ha distribuido esta imagen de la superficie del núcleo
del cometa Churyumov-Gerasimenko. En ella podemos observar dos cosas:
fríamente: cuanto difiere su superficie del vetusto modelo cometario que los
imaginaba como una “bola de nieve sucia”, cuando en realidad se parecen a
pequeños mundos, tal como los imaginó Arthur C. Clark en “2061”; y desde el
lado de la imaginación los podemos pensar como paisaje sublime:
El
concepto de la belleza sublime del paisaje, el paisaje que en vez de
confortarnos nos enfrenta a una búsqueda filosófica, parece que hubiera
acompañado desde siempre al hombre, pero sólo se remonta a 1757 a un tratado
del inglés Edmund Burke y tuvo su culminación en el arte y la poesía romántico
de fines del siglo XVIII e inicios del siglo XIX. En esa renuncia al paisaje
consolador que da descanso y en la valoración de espectáculos naturales que
muestren el poderío de la naturaleza y la pequeñez del hombre, el hombre
comenzó a valorar lugares como las cataratas y los desiertos, pero sobre todo
el mar inconmensurable:
Y
las grandes montañas y los acantilados abrumadores, como vemos en esta pintura
de Caspar David Friedrich (todas las vemos en esta entrada le pertenecen), tan parecida a la
foto que comentamos.
Es
imposible encontrar una cita de un texto griego o romano que alabe el desierto,
las grandes extensiones marinas o las cumbres montañosas, como tampoco se
sentían cómodos con un universo infinito, mientras que el hombre occidental
pudo desarrollar la astronomía gracias a esa fascinación por los grandes
espacios desconocidos (como antes fueron las tierras descubiertas en América,
por ejemplo).
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