Continuamos con la saga del viaje cometario de la astronave “Universe”.
Así describe Arthur C. Clarke el vuelo en el interior de la coma del cometa
Halley:
“Todo el cielo que se extendía ante ella era ahora una borrosa niebla
blanca, no uniforme sino moteada por condensaciones más oscuras y veteada por
bandas luminosas y chorros de brillante incandescencia, todo ello irradiando
desde un punto central. Con esta ampliación, el núcleo se veía apenas como una
diminuta mancha negra, aunque era, sin duda, la fuente de todos los fenómenos
que se producían a su alrededor”.
En el capítulo 16 se describe el descenso sobre el núcleo:
“La nave se había posado en uno de los extremos de un valle poco
profundo rodeado por colinas de poco más de cien metros de altura. Cualquiera
que hubiese estado esperando contemplar un paisaje lunar se habría sorprendido
en grado sumo; estas formaciones no se asemejaban en absoluto a las laderas
lisas y suaves de la Luna ,
azotadas por el bombardeo de micrometeoritos a lo largo de miles de millones de
años.
Aquí no había nada que tuviera más de mil años de antigüedad; las
pirámides egipcias eran mucho más antiguas que este paisaje. Cada vez que el
Halley pasaba alrededor del Sol, los vientos solares volvían a moldearlo y a
reducir su tamaño. Ya desde el pasaje perihélico de 1986, la forma del núcleo
había cambiado de manera sutil. Aun combinando metáforas de manera
desvergonzada, Victor Willis lo expresó bastante bien, cuando dijo a sus
teleespectadores:
—¡El maní ha conseguido tener cintura de avispa!
En efecto, había indicios de que, después de unas cuantas revoluciones
más en torno al Sol, el Halley se podría escindir en dos fragmentos más o menos
iguales, como había ocurrido en 1846 con el cometa de Biela, ante el asombro de
los astrónomos”.
Lo que asombrosamente se puede ver en las imágenes del núcleo del 67P
por Rosetta:
“La virtual falta de gravedad también contribuía a dar carácter
extraño al paisaje. Alrededor había formaciones que presentaban delgadas líneas
angulares que parecían las fantasías de un artista surrealista, y apilamientos
de rocas inclinadas en ángulos inverosímiles, que no podían haber sobrevivido
más que unos pocos minutos, ni siquiera en la Luna.
Aunque el capitán Smith había optado por hacer que la Universe descendiera
a las profundidades de la noche polar —a no menos de cinco kilómetros del
ardiente calor del Sol—, había abundante iluminación. La enorme cobertura de
gas y polvo que rodeaba al cometa formaba un halo incandescente que parecía
apropiado para esta región; resultaba fácil imaginar que era una aurora austral
que jugaba sobre el hielo antártico”.
La exploración del cometa se plantea con un “trineo de dos plazas de
retropropulsión”, seguramente como reminiscencia del modelo teórico que pensaba
a los núcleos cometarios como una “bola de nieve sucia”, mientras que todas las
exploraciones por sonda han demostrado que la piedra es el elemento
predominante. Sin embargo, la descripción de ciertos accidentes orográficos del
núcleo es bastante convincente:
“El Valle de Nieve Negra se salía de lo corriente porque era una
estructura bastante sólida: un arrecife rocoso, desgastado por corrientes
volátiles de agua y hielo de hidrocarburos. Los geólogos todavía discutían
sobre su origen; algunos de ellos sostenían que, en realidad, era parte de un
asteroide que había chocado con el cometa
hacía ya muchísimo tiempo. La extracción de muestras había revelado complejas
mezclas de compuestos orgánicos, bastante parecidos al carbón de hulla, si bien
era seguro que la vida nunca había desempeñado ningún papel en la formación de
esos compuestos.
La «nieve» que alfombraba el suelo del pequeño valle no era del todo
negra; cuando Floyd la recorrió con el haz de su linterna, relumbró y centelleó
como si hubiera sido rascada con un millón de microscópicos diamantes. Floyd se
preguntó si en verdad habría diamantes en el Halley: era incuestionable que
había suficiente carbono. Pero era casi seguro que las temperaturas y presiones
necesarias para crearlos nunca existieron”.
También es muy amena y convincente la
descripción de los “jets” cometarios:
“A medida que el Sol se deslizaba por encima del horizonte
irregularmente dentado, absurdamente próximo, sus rayos caían al sesgo sobre
los incontables pequeños cráteres que acribillaban la corteza. La mayoría de
ellos se mantenía inactiva, con sus estrechas gargantas selladas por
incrustaciones de sales minerales. En ningún otro lugar del Halley se
observaban tan brillantes despliegues de color; habían confundido a los
biólogos, quienes habían creído que aquí la vida estaba empezando, como había
sucedido en la Tierra ,
en forma de floraciones de algas. Muchos investigadores no habían abandonado
aún esa esperanza, si bien se resistían a admitirlo.
Desde otros cráteres, chorros de vapor flotaban hacia el cielo y se
desplazaban en trayectorias anormalmente rectas porque no había vientos que los
desviaran. Por lo general, sólo ocurría a lo largo de una hora o dos; después,
cuando el calor del Sol penetraba en el congelado interior, el Halley empezaba
a acelerar —según la descripción de Victor Willis— «como una manada de
ballenas».
Aunque pintoresca, no era una de sus metáforas más exactas, ya que los
chorros que manaban del Lado Diurno del Halley no eran intermitentes, sino que
surgían de manera continuada durante horas cada vez. Y tampoco se encrespaban y
volvían a caer a la superficie, sino que seguían ascendiendo, hacia el cielo
hasta que se perdían en la refulgente niebla que ayudaban a producir.
Al principio, el equipo científico trató a los
géiseres con la misma cautela que tendrían los vulcanólogos que se acercaran al
Etna o al Vesubio durante uno de sus más o menos predecibles estados de ánimo.
Pero pronto descubrieron que las erupciones del Halley, aunque a menudo
temibles en apariencia, eran singularmente apacibles y bien educadas: el agua
surgía casi tan deprisa como lo haría desde una manguera de incendios normal y
corriente, y era apenas tibia. A los pocos segundos de escapar de su depósito
subterráneo, se inflamaba y se convertía en una mezcla de vapor y cristales de
hielo. El Halley estaba envuelto en una tormenta permanente de nieve, que caía hacia
arriba. Aun a esta modesta velocidad de evacuación, nada del agua habría de
regresar alguna vez a su fuente. Cada vez que el cometa daba la vuelta
alrededor del Sol, más y más de su savia vital se precipitaba hacia el
insaciable vacío del espacio.
Después de una considerable persuasión, el capitán Smith accedió a
llevar la Universe
hasta un centenar de metros del Old Faithful, el geiser más grande
que había en el Lado Diurno. Era una visión pavorosa: una columna de bruma gris
blancuzca que se alzaba, como si fuera alguna especie de árbol gigantesco,
desde un orificio sorprendentemente pequeño, en un cráter de trescientos metros
de diámetro que parecía ser una de las formaciones más antiguas del cometa. Al
poco tiempo, los científicos estaban trepando por todo el cráter, recogiendo
especímenes de sus (por completo estériles, ¡ay!) minerales multicolores y, de
paso, metiendo sus termómetros y tubos recolectores de muestras en el mismo
interior de la elevada columna de agua-hielo-bruma”.
La tormenta de nieve que cae hacia arriba se observó
claramente con las fotografías de la sonda Epoxi del cometa 103/P Hartley 2.
La edición es la de Emecé, Buenos Aires, 1987, en la excelente traducción de Daniel Yagolkowski.
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