H.P. Lovecraft amaba las estrellas, a su manera. Cada uno
de nosotros las ama a su manera. La serena contemplación de su magnificencia
que nos recuerda nuestra pequeñez y nos incita a saber más sobre ellas es una
sensación que poseemos pero no es nuestra, viene de “Cosmos” y de otros grandes
hitos de la divulgación. Cada uno ama a las estrellas a su manera, debemos
descubrirla. En una entrada reciente comentamos el constante interés de
Lovecraft por la astronomía. El inicio de “Polaris”, un relato que mas bien
parece un poema en prosa, es una muestra:
“El resplandor de la Estrella Polar penetra por la ventana
norte de mi cámara. Allí brilla durante todas las horas espantosas de negrura.
Y durante el otoño, cuando los vientos del norte gimen y maldicen, y los
árboles del pantano, con las hojas rojizas, susurran cosas en las primeras
horas de la madrugada bajo la luna menguante y cornuda, me siento junto a la
ventana y contemplo esa estrella. En lo alto tiembla reluciente Casiopea, hora
tras hora, mientras la Osa Mayor se eleva pesadamente por detrás de esos
árboles empapados de vapor que el viento de la noche balancea. Antes de romper
el día, Arcturus parpadea rojizo por encima del cementerio de la loma, y la
Cabellera de Berenice resplandece espectral allá, en el oriente misterioso;
pero la Estrella Polar sigue mirando con recelo, fija en el mismo punto de la
negra bóveda, parpadeando espantosamente como un ojo insensato y vigilante que
pugna por transmitir algún extraño mensaje, aunque no recuerda nada, salvo que
un día tuvo un mensaje que transmitir. Sin embargo, cuando el cielo se nubla,
consigo conciliar el sueño”
Las estrellas pueden dar miedo, claro que sí. También lo
pueden hacer los cometas. Son pocas las menciones cometarias en la literatura
lovecraftiana. Todas tienen en común la imagen cometaria como alegoría de la
enloquecedora soledad del espacio que recorren en sus órbitas. En “El llamado
de Cthulhu”, el protagonista, en el paroxismo de la lucha, en el mar, con la
entidad que da nombre al relato tiene pesadillas cometarias:
“Así es como acabó todo. Tras aquel día Johansen no
hizo más que obsesionarse con el ídolo y ocuparse de su sustento y el de aquel
maníaco de risa enloquecida que tenía a su lado. No trató de navegar tras
aquella audaz hazaña, pues semejante reacción le había quitado una parte de su
alma y ánimo. Después llegó la tormenta del 2 de Abril, y con ella los turbios
nubarrones en que se sumió su consciencia. Sintió un remolino espectral a
través de líquidos abismos de infinidad, de vertiginosos recorridos por
universos giratorios sobre la cola de un cometa, y de histéricos saltos desde
el fondo de los abismos a la luna, y de la luna a los fondos de los abismos,
todo ello animado por un histriónico coro de retorcidos y jocosos dioses ancianos
y de los burlones diablillos de color verde y con alas de murciélago surgidos del Tártaro”
En “La
búsqueda de la onírica Kadath”, el protagonista Randolph Carter
ingresa en una realidad alternativa en sus viajes oníricos. Aquí un barco
volador lo lleva a la Luna y el protagonista se estremece cuando se zambulle en
el negro espacio:
“Carter
sintió un acceso de terror indescriptible al notar que la tierra huía bajo la
quilla, y que el navío surcaba silencioso como un cometa los espacios planetarios
Luego, en el curso lento y sinuoso de la eternidad,
el cielo supremo del cosmos llegó al término de una de sus consunciones y todas
las cosas volvieron a ser nuevamente como habían sido innumerables kalpas antes.
La materia y la luz nacieron una vez más, tal como habían sido antes en el espacio;
y los cometas, los soles y los mundos se lanzaron inflamados a la vida, pero
nada sobrevivió para atestiguar que habían existido y habían desaparecido
después, que habían existido y dejado de existir una y otra vez, desde siempre,
sin un primer principio ni un último fin”.
En otra de las
aventuras de Randolph Carter (supuesto alter ego del autor), “A través de las
puertas de la llave plateada”, el protagonista experimenta la esquizofrenia que
nos acecha un poco a todos, pero a la manera radical, terrible y barroca de don
Lovecraft. Uno de los posibles “Carter” en otra dimensión es “una mente
vegetal del futuro, habitante de un cometa radiactivo de órbita inconcebible”:
“Una ligera modificación del ángulo podría
convertir al sabio de hoy en niño de ayer; a Randolph Carter en Edmund Carter,
el brujo que huyó de Salem a las montañas de Arkham en mil seiscientos noventa
y dos, o en Pickman Carter, que empleó extraños procedimientos para rechazar a
las hordas mongolas de Australia; al Carter humano en una de aquellas entidades
primordiales que habitaron en la arcaica Hyperborea y
adoraron al negro y pastoso Tsathoggua,
después de huir de Kythamil, el planeta doble que un día giró en torno a
Arcturus; al Carter terrestre en un antepasado remotísimo y rudimentario,
morador del propio Kythamil, o incluso en las criaturas aún más remotas de las
transgalácticas Stronti, o en una conciencia etérea y tetradimensional de un
continuo espaciotemporal aún más antiguo, o en una mente vegetal del futuro,
habitante de un cometa radiactivo de órbita inconcebible. Y así sucesivamente
en infinitos ciclos cósmicos”.
¿Qué tal? Amamos a Lovecraft!!!