No
ha sido mera superstición relacionar cometas con plagas. Uno de los astrónomos
más importantes de la historia, Fred Hoyle, fue uno de los primeros en fundar
teóricamente las posibilidades de panspermia a través de los cometas, hoy
plenamente aceptadas por la ciencia. Ese marco teórico lo llevó a extremos, como
veremos. Citaremos uno de los libros cometarios más interesantes: “Que viene el
cometa” de Nigel Calder, de la entrañable y ochentosa Biblioteca Científica Salvat
(páginas 139 y siguientes):
“Hoyle
no ha tratado de enmascarar su fiebre del cometa, de hecho admite haberla
contraído:
Quizás
ningún objeto astronómico merece mayor atención popular que los cometas, y
luego de haber visto personalmente a dos ellos muy brillantes, ambos en 1957,
los cometas Arendt-Roland y Mrkos, estoy en condiciones de entender la razón.
A
los pocos años de escribir esas palabras en 1975, Hoyle demostraba junto con
Wickramasinghe que, aparte de todo lo demás puedan hacer, los cometas siguen
evocando asombrosas teorías nuevas.
Los
cometas de Hoyle y Wickramasinghe son bolas de nieve recubiertas con alimento interestelar
y parcialmente deshechas. En los orígenes del sistema solar, durante la
avalancha de los cometas, cada bola de nieve recogió en su superficie productos
químicos basados en el carbono y otros materiales esenciales para la vida,
tomándolos de las nubes de polvo situadas entre las estrellas. La celulosa, el
material más habitual de la materia viva terrestre, se supone que es un
material abundante en el polvo y estos autores describen como los cometas
adquieren un manto de material interestelar, tal vez de un kilómetro de grosor.
Al
principio todo estaba congelado, pero luego se produjo la licuación. Al
formular por primera vez sus ideas Hoyle y Wickramasinghe se basaron en los
choques entre cometas para disparar las reacciones químicas entre los ingredientes.
Estas reacciones pudieron dar lugar a depósitos acuosos y calientes capaces de
sobrevivir miles de años. En 1980 se tuvo en cuenta otra fuente de calor: el
aluminio radioactivo del núcleo del cometa, asimilado de la estrella que
explotó al nacer el sistema solar, pudo derretir el núcleo de las grandes bolas
de nieve.
Charles
Darwin concibió el comienzo de la vida en “algún charco cálido” que contuviera
los necesarios productos químicos. Hoyle y Wickramasinghe ofrecen charcos
cerrados mayores que catedrales, y en miles de millones de cometas, cada uno de
ellos aislado del espacio exterior por cientos de metros de costra congelada.
Allí pudieron evolucionar espontáneamente los virus y las bacterias, afirman.
Con el tiempo, los charcos contenidos en los iglúes acabarían congelándose,
conservándose los virus y las bacterias en un estado letárgico. Hace 4.000
millones de años un cometa fértil trajo la vida a la Tierra, según esta teoría.
Pudo ocurrir en forma de impacto directo o bien a través del polvo meteorítico
de la cola del cometa. Al precipitarse en las cercanías del Sol, el cometa se
desprendió de las capas exteriores como si fueran vainas de semillas, liberando
las frágiles células en el espacio. La mayor parte de las células moriría pero
algunas, tal vez congeladas y envueltas en hielo protector, habrían tropezado
con la atmósfera terrestre, cayendo en la superficie. Allí debieron encontrar,
gracias a los anteriores choques con cometas, “suministros de los alimentos
químicos a los que estaban acostumbradas”
Si
esa inoculación fracasó, si las células murieron en el nuevo medio ambiente o
bien no consiguieron desarrollar los medios para vivir a la luz del Sol,
siempre habría otro cometa para volver a intentarlo. Y miles de millones de
años después de que la vida se instalara en la Tierra, los bípedos que son el
resultado final de la evolución, miraron a los ancestrales cometas y les
temieron, por ser portadores de enfermedades”.