El “Diario del año de la peste” (1722) es uno de los
libros que recuerdo haber leído apasionadamente y que dejó una honda impresión
al finalizarlo. Es una de las obras maestras de alguien que todo lo que
escribió lo escribió bien: Daniel Defoe, autor del famoso, y tan poco leído,
“Robinson Crusoe” (1719). En ella se narra la epidemia que casi despobló
Londres en 1665. El pasaje que transcribimos narra los cometas que se
observaron antes de la peste y antes del gran incendio de Londres (en 1666) y
antes de la peste. La descripción impresiona y refleja la actitud temerosa del
vulgo y la actitud cauta del culto, que sabe que los cometas no son presagios…
pero que no deja de estar impresionado por la coincidencia.
“Cuando el temor de la gente aún era joven, se vio
acrecentado en modo extraño por varios raros accidentes. Si se los considera en
su conjunto, resulta pasmoso que todo el pueblo no se alzara como un solo
hombre para abandonar su morada, dejando el lugar como a un espacio señalado
por el Cielo para ser borrado del a faz del planeta, y en el que todo lo que
allí se encontrara perecería. Mencionaré sólo alguna de esas cosas, aunque
fueron tantos los brujos y los bellacos que las propagaban, que con frecuencia
me asombré de que existiera alguien (especialmente entre las mujeres) que no
las tuviera en cuenta. En primer lugar una estrella flamígera o cometa apareció
varios meses antes que la epidemia, como había sucedido antes del año del
fuego. Las viejas y los hipocondríacos flemáticos del sexo opuesto, a quienes
casi se podría llamar también viejas, señalaron (en particular después de los
acontecimientos) que esos cometas pasaron directamente sobre la City y tan
cerca de las casas que claramente significaban algo que concernía a la City
sola; que el cometa anterior a la pestilencia era lánguido, de desvaído color y
movimiento muy pesado, solemne y lento, pero que el anterior al incendio era
rutilante o, como dijeron otros, llameante, y su movimiento era furioso y
veloz. De acuerdo con estos detalles-afirmaban-uno predecía una pausada sentencia,
pausada pero severa, terrible y aterradora como la peste, mientras el otro
predecía un golpe fulminante, súbito, veloz y frío como la conflagración. Más
aún: algunas personas imaginaron que al mirar el cometa que precedió al fuego,
no sólo lo vieron pasar rápida y furiosamente, y que podían percibir el
movimiento con sus ojos, sino que hasta lo habían escuchado: hacía un ruido
estrepitoso, feroz y terrible, aunque distante. Yo vi ambos astros y-debo
confesarlo-tenía muchas de las ideas comunes sobre esos asuntos en mi cabeza,
de modo que fui capaz de ver en ellas los presagios y advertencias del juicio
de Dios. Especialmente cuando tras la catástrofe que siguió a la primera vi
otra de la misma clase, no pude sino pensar que Dios todavía no había azotado
bastante a la City. Sin embargo, yo no pude llevar las cosas tan lejos como
otros, porque también sabía que los astrónomos asignan causas naturales a tales
fenómenos y que sus movimientos y hasta sus revoluciones son calculados o se
los pretende calcular, de modo que no es posibles llamarlos presagios o
predicciones, y mucho menos procuradores de sucesos tales como la pestilencia,
la guerra, el fuego y otras calamidades”.
Daniel Defoe, Diario del Año de la Peste. Traducción
de Enrique Campbell. Colección Fontana.
Edicomunicación SA. Barcelona, 1997. Págs.34/35.
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