“Levántate,
Abraham, el Día del Juicio Final ha llegado”. Con estas palabras fue sacado de
la cama Abraham Lincoln en la madrugada del 13 de noviembre de 1833 por su
casero, un ministro de la iglesia presbiteriana. El joven Abraham fue testigo
de lo que se ha definido como el fenómeno astronómico más impresionante jamás
presenciado: la gran tormenta de meteoros que ingresaron a la atmósfera sobre
Estados Unidos a una tasa de ¡200.000 por hora! durante varias horas antes del
amanecer. Las estrellas fugaces surcaban el cielo en todas direcciones, eran
tantas que pese a ser luna nueva, un extraño fulgor iluminaba la noche y muchos
temieron un incendio cósmico. El pánico cundió, pues que las estrellas cayeran
del cielo parecía un claro anuncio del fin del mundo, el cumplimiento de la
profecía del Apocalipsis. La descripción más hermosa nos llegó del entonces
esclavo Frederick Douglass, en su atobiografía: “Fui testigo de este hermoso
espectáculo y quedé pasmado. El aire parecía lleno de brillantes mensajeros
luminosos. Fue cerca del alba cuando
presencié esta sublime escena. Todo parecía indicar que podría ser la señal
para la venida del Hijo del Hombre, y mentalmente me preparé para saludarlo
como mi amigo y mi salvador. Había leído que “las estrellas caerán del
cielo” y ahora estaban cayendo. Aunque sufría en mi interior, comencé a buscar
en los cielos el descanso que en la
Tierra se me negaba”.
Se trató de una
lluvia de meteoros, aunque técnicamente un aumento del número de meteoros
observados (las populares “estrellas fugaces”) se conoce como “tormenta”. Nada
se sabía en ese entonces sobre la naturaleza de los meteoros. A partir de esa
noche apocalíptica el astrónomo norteamericano Denison Olmsted arriesgó en 1834
la hipótesis de que no eran un fenómeno atmosférico sino astronómico. En 1837
el alemán Heinrich Olbers descubrió que espectáculos como el de 1833 se
repetían cada 33 años. La periodicidad del fenómeno lo hacía más comprensible.
Finalmente, en 1866 el italiano Giovanni Schiaparelli descubrió la causa de las
estrellas fugaces en general y de las que observaron Lincoln y Douglass en
particular: son restos de cometas. Las de 1833 fueron denominadas “Leónidas”,
pues parecen provenir de un mismo lugar en el cielo (el radiante) ubicado en la
constelación de Leo; y son restos del cometa Tempel-Tuttle.
No somos
conscientes de que cada año llegan a nuestro planeta entre 40.000 y 80.000
toneladas de materia interplanetaria, restos de cometas y asteroides que
ingresan como meteoritos o como ese diminuto polvo cósmico que son los meteoros
o estrellas fugaces. Mientras los granos de polvo que deja a su paso un cometa
o los pequeños fragmentos de asterorides se encuentran en el espacio reciben el
nombre de “meteoroides”, pero cuando ingresan en la atmósfera terrestre a
altísima velocidad la energía producida por la fricción con ésta se transforma
en calor y luz, son los trazos de luz llamados “meteoros”. Si esos meteoros
alcanzan un brillo superior al del planeta Venus, el nombre técnico que reciben
es el de “bólidos”. Y si esa materia interplanetaria consigue llegar a la
superficie tenemos un “meteorito”.
Así que cuando
vemos una estrella fugaz estamos observando un viajero interplanetario que
ingresa en la atmósfera. Pero hay noches que son más propicias, las noches en
las que se producen las lluvias de meteoros. Los cometas son cuerpos formados
en los límites del sistema solar con gases, hielo y polvo. Cuando se encienden
en las cercanías del Sol, formando la coma o cabellera y la cola, el polvo
presente en el núcleo es expulsado y forma una especie de camino de partículas
que coincide con la órbita del cometa. Cuando la Tierra atraviesa anualmente
ese camino de polvo dejado por un cometa en su último paso, las partículas en
suspensión ingresan masivamente en la atmósfera en una lluvia de meteoros.
Las lluvias de
meteoros son numerosas, siempre hay varias que se desarrollan simultáneamente
pero son muy pocas las que pueden brindar espectáculos como los de las Leónidas
o las Perseidas, que se asociaron con las lágrimas de San Lorenzo, pues
comienzan el día que se celebra su martirio, 10 de agosto. Todos aquellos que
no hayan visto un cometa, un espectáculo que nuestros cielos contaminados por
la luz eléctrica han casi suprimido, pueden consolarse observando las estrellas
fugaces. En ciertas noches hay más posibilidades de verlas, cuando se producen
los máximos de las lluvias conocidas. Pero no hay que esperar presenciar
grandes tormentas como las de 1833, los cielos urbanos son devastadores para
las estrellas fugaces, en nuestros días se requieren grandes dosis de paciencia
y mantener la vista fija en un lugar del cielo. Y una vez que nuestros ojos se
acostumbran a la oscuridad, comienzan a aparecer las mensajeras de los cometas.
Hay dos datos a tener en cuenta para una observación fructífera: conocer las
fechas de los máximos de cada lluvia de meteoros y la constelación desde la que
aparecerán en el cielo. Y mantener la vista fija en un lugar del cielo cercano
al radiante, para poder observar el mayor número sin distraernos. La próxima
lluvia de meteoros importante será la de las Oriónidas, cuyo radiante está en
la constelación de Orión, entre el 2 de octubre y el 7 de noviembre, con su
pico máximo el 21 de octubre.
Permanecer
sentado esperando ver caer un meteoro es una experiencia contemplativa que
recomiendo fervientemente. Es una conjunción perfecta de calma, producida por
la mirada puesta en el cielo, y de vigilancia, en espera del acontecimiento. Y
todos conocemos la intensa alegría que se siente al observar una estrella
fugaz. Esa alegría es la que ha generado las creencias de que traen deseos o
que son las almas de los niños por nacer que caen al mundo. Cuando estamos en
el Observatorio de Oro Verde, cada meteoro es festejado y el que no lo vio se
lamenta, y en cierta manera los que lo vieron comparten un efímero lazo. Yo
creo que la alegría que despiertan se debe a que logramos presenciar algo único
que no se repetirá. Nadie es inmune a las evocaciones que surgen de una
estrella fugaz, como lo prueba la canción de Bob Dylan “Shooting Star” en la que
la visión de una lo hace pensar en la amada que se ha ido y en el mundo en el
que ella vive y que a él le es ajeno: “Vi anoche una estrella fugaz, y pensé en
ti. Tratabas de entrar en otro mundo, un mundo que yo no conocía. Siempre me
pregunto si lo habrás logrado”.
Restos de
cometas o deseos por cumplir, las estrellas fugaces han acompañado al hombre en
su camino.
Publicado en "Diario Uno" de Paraná el 28 de octubre de 2014.
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