jueves, 16 de julio de 2015

COMETAS EN LA ANTIGUA ROMA. “LOS DOCE CÉSARES” DE SUETONIO.

El historiador romano Cayo Suetonio Tranquilo escribió en el siglo II “Los doce Césares”, un conjunto de biografías que abarcan desde Julio César (no el primer emperador, pero sí el que terminó con la República) hasta Domiciano (quien murió en el año 96). Es una lectura deliciosa, una mezcla perfecta de historia y chismografía, con anécdotas de personajes tan increíbles como Calígula o Nerón. El grado de exactitud histórica de su obra ha sido por siglos debatido enconadamente. Quizás muchos detalles biográficos sean falsos, pero no debemos olvidar que a ojos de los romanos eran verosímiles, con lo cual son de extraordinario valor para nosotros.
En cada biografía, en la parte final, se enuncian los prodigios que anunciaron la muerte de los emperadores. Los cometas no son muy comunes, aunque parece que en la época imperial ya se había asentado la creencia, de origen oriental, de que eran una señal ominosa para reyes y emperadores.
La primera mención es en la biografía de Julio César y ya la habíamos citado cuando hablamos del “cometa de Julio César”:
“Sucumbió a los cincuenta y seis años de edad, y fue colocado en el número de los dioses, no solamente por decreto, sino también por unánime sentir del pueblo, persuadido de su divinidad. Durante los juegos que había prometido celebrar, y que dio por él su heredero Augusto, apareció una estrella con cabellera, que se alzaba hacia la hora undécima y que brilló durante siete días consecutivos; creyóse que era el alma de César recibida en el cielo, y ésta fue la razón de que se le representara con una estrella sobre la cabeza”.
En la biografía de Nerón encontramos la confirmación de que los cometas traen desgracia:
“No desplegó menos crueldad con los extranjeros. Presentóse durante muchas noches consecutivas una estrella con cabellera (143) que, según la opinión del vulgo, anuncia un cercano fin a los señores de la tierra. Asustado por el fenómeno, consultó al astrólogo Babilo, quien le dijo que los reyes acostumbraban prevenir los efectos de estos funestos presagios por medio de la muerte expiatoria de algunas víctimas ilustres desviando así sus amenazas sobre las cabezas de los grandes; en esto desplegó Nerón tanta más energía, cuanto que el oportuno descubrimiento de dos conjuraciones le suministraba legitimo pretexto: la primera y más importante, la de Pisón, se urdía en Roma; la segunda, la de Vinicio, se tramó y fue descubierta en Benevento. Los conjurados aparecieron ante el tribunal atados con triples cadenas; algunos confesaron espontáneamente la conjura; otros llegaron incluso a alabarse de ello, diciendo que la muerte era el mejor servicio que podían prestar a un hombre manchado con tantos crímenes. Expulsaron de Roma a los hijos de los sentenciados, muriendo todos de hambre o envenenados. Sábese también que algunos perecieron con sus preceptores y esclavos en una misma comida, y a otros se les privó de todo alimento”.
En la biografía de Claudio se menciona a un cometa como presagio de su muerte:
“Los principales presagios con que se anunció su muerte fueron: la aparición en el cielo de una de esas estrellas con cabellera que se llaman cometas, el haber caído un rayo en la tumba de su padre Druso y la muerte de casi todos los magistrados de aquel año”.
También lo fue para Vespasiano, quien se lo tomó con humor:

“Ni el temor de la muerte ni siquiera la proximidad del momento fatal pudieron impedirle bromear. Entre otros prodigios que anunciaron su fin, el Mausoleo se abrió de repente y apareció en el cielo una estrella con cabellera; Vespasiano pretendía que el primero de estos presagios se refería a Funcia Calvina, que era de la familia de Augusto, y el otro al rey de los partos, que tenía larga cabellera”.

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