El
historiador romano Cayo Suetonio Tranquilo escribió en el siglo II “Los doce
Césares”, un conjunto de biografías que abarcan desde Julio César (no el primer
emperador, pero sí el que terminó con la República ) hasta Domiciano (quien murió en el año
96). Es una lectura deliciosa, una mezcla perfecta de historia y chismografía,
con anécdotas de personajes tan increíbles como Calígula o Nerón. El grado de
exactitud histórica de su obra ha sido por siglos debatido enconadamente.
Quizás muchos detalles biográficos sean falsos, pero no debemos olvidar que a
ojos de los romanos eran verosímiles, con lo cual son de extraordinario valor
para nosotros.
En
cada biografía, en la parte final, se enuncian los prodigios que anunciaron la
muerte de los emperadores. Los cometas no son muy comunes, aunque parece que en
la época imperial ya se había asentado la creencia, de origen oriental, de que
eran una señal ominosa para reyes y emperadores.
La
primera mención es en la biografía de Julio César y ya la habíamos citado
cuando hablamos del “cometa de Julio César”:
“Sucumbió
a los cincuenta y seis años de edad, y fue colocado en el número de los dioses,
no solamente por decreto, sino también por unánime sentir del pueblo,
persuadido de su divinidad. Durante los juegos que había prometido celebrar, y
que dio por él su heredero Augusto, apareció una estrella con cabellera, que se
alzaba hacia la hora undécima y que brilló durante siete días consecutivos;
creyóse que era el alma de César recibida en el cielo, y ésta fue la razón de
que se le representara con una estrella sobre la cabeza”.
En
la biografía de Nerón encontramos la confirmación de que los cometas traen
desgracia:
“No
desplegó menos crueldad con los extranjeros. Presentóse durante muchas noches
consecutivas una estrella con cabellera (143) que, según la opinión del vulgo,
anuncia un cercano fin a los señores de la tierra. Asustado por el fenómeno,
consultó al astrólogo Babilo, quien le dijo que los reyes acostumbraban
prevenir los efectos de estos funestos presagios por medio de la muerte
expiatoria de algunas víctimas ilustres desviando así sus amenazas sobre las
cabezas de los grandes; en esto desplegó Nerón tanta más energía, cuanto que el
oportuno descubrimiento de dos conjuraciones le suministraba legitimo pretexto:
la primera y más importante, la de Pisón, se urdía en Roma; la segunda, la de
Vinicio, se tramó y fue descubierta en Benevento. Los conjurados aparecieron
ante el tribunal atados con triples cadenas; algunos confesaron espontáneamente
la conjura; otros llegaron incluso a alabarse de ello, diciendo que la muerte
era el mejor servicio que podían prestar a un hombre manchado con tantos
crímenes. Expulsaron de Roma a los hijos de los sentenciados, muriendo todos de
hambre o envenenados. Sábese también que algunos perecieron con sus preceptores
y esclavos en una misma comida, y a otros se les privó de todo alimento”.
En
la biografía de Claudio se menciona a un cometa como presagio de su muerte:
“Los
principales presagios con que se anunció su muerte fueron: la aparición en el
cielo de una de esas estrellas con cabellera que se llaman cometas, el haber
caído un rayo en la tumba de su padre Druso y la muerte de casi todos los
magistrados de aquel año”.
También
lo fue para Vespasiano, quien se lo tomó con humor:
“Ni
el temor de la muerte ni siquiera la proximidad del momento fatal pudieron
impedirle bromear. Entre otros prodigios que anunciaron su fin, el Mausoleo se
abrió de repente y apareció en el cielo una estrella con cabellera; Vespasiano
pretendía que el primero de estos presagios se refería a Funcia Calvina, que
era de la familia de Augusto, y el otro al rey de los partos, que tenía larga
cabellera”.
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