Fred Hoyle fue
un astrónomo incómodo que nunca escapó a las controversias. Merece un sitial de
honor por haber descubierto el funcionamiento de la nucleosíntesis estelar, es
decir, la manera en que los elementos pesados se generan en una estrella a
partir del hidrógeno y el helio primordiales. Pero su espíritu de contradicción
(imprescindible para la ciencia) lo llevó a desafiar los paradigmas dominantes
en cosmología y astronomía. Fue el gran propulsor del “modelo estacionario”
como teoría alterna a la de un universo originado en un “big bang” (expresión
que es suya y tenía algo de peyorativo por considerar dicha teoría como “creacionista”).
Ambos modelos se basaban en el descubrimiento de Hubble de que el universo se
expandía, pero el “modelo estacionario” sostenía que no había tenido principio ni
tendría fin, era constante y eterno, a medida que las galaxias se expandían se
creaba nueva materia en el espacio que dejaban libre. Esta creación constante,
sostenía, es tan irracional como el inicio del universo en un momento
determinado desde la nada. Hoy el “modelo estacionario” parece ridículo a la
distancia, pero no olvidemos que Hoyle fue director del Instituto de Astronomía
de Cambridge, uno de los astrónomos más prestigiosos y que su precursor fue
nada menos que Albert Einstein. Solamente con el descubrimiento de la radiación
cósmica de fondo se pudo zanjar la discusión a favor del “big bang”.
Hoyle, dijimos,
amaba ser controversial: decía que era “estúpido” pensar que el petróleo provenía
de “animales aplastados” y en sus últimos años pateó el tablero sosteniendo que
era imposible que la vida hubiera surgido por azar (era tan difícil como que un
tornado pasara por un depósito de chatarra y armara un Boeing 747), defendiendo
la existencia de un “diseño inteligente”.
Una de sus
controversias más fecundas fue la “teoría de la panespermia”, de la que fue
acérrimo defensor al sostener que la vida llegó a la Tierra en cometas y meteoritos.
La panespermia ha comenzado a tomar un papel dominante en la ciencia contemporánea
pero fue ridiculizada hasta hace menos de 20 años. Hoyle sostuvo que los cometas
tenía un porcentaje significativo de moléculas orgánicas en los años `70,
mientras todos los demás pensaban que era imposible. Una curiosa derivación fue
la del origen cometario de las enfermedades.
En 1981 publicó
junto Chandra Wickramasinghe el libro “Diseases from Space” en el que
sostenía que en el medio interestelar podía haber bacterias disecadas, a partir
del descubrimiento de sustancias orgánicas en
las nubes de polvo interestelar. Las enfermedades infecciosas en la Tierra se deberían a virus
y bacterias que arriban desde el espacio en el interior de los cometas, como
habría arribado la vida hace miles de millones de años. Los microbios
existentes en los cometas llegan a nuestro planeta como meteoros, los restos de
su paso por las cercanías del Sol, y causan las enfermedades infecciosas que
conocemos.
El libro es un
estudio detallado de la historia de las epidemias y tiene argumentos
convincentes, agrupados alrededor de la rapidez con la que se propagaban las
epidemias en épocas anteriores a los medios de transporte modernos. Esa velocidad
haría imposible la transmisión de las epidemias de persona a persona y justificaría
la convicción de que los microbios caen desde el cielo sobre distintas zonas al
mismo tiempo. Su estudio de la “gripe española” de 1918-19 es muy interesante,
ya que los focos de infección comenzaron con pocos días de diferencia en distintas partes del mundo (en Chicago y
Bombay incluso en el mismo día). La difusión de la “gripe española” antes del
transporte aéreo es un verdadero enigma. Los autores sostienen que vino del
cielo, del polvo cometario. Según ellos el contagio “persona a persona” se da
con posterioridad y cuando la enfermedad comienza a perder la virulencia de la
cepa cometaria. Parece altamente improbable, pero los autores han compilado
científicamente montañas de datos, como la comprobación de que en las epidemias
de gripe posteriores a 1986 las personas con más de 75 años estaban inmunizadas
(por haber sufrido el anterior paso del Halley) o los estudios sobre la
propagación de las enfermedades en los internados británicos, famosos por su
aislamiento. Ambos autores siguieron sosteniendo que el origen de las modernas
epidemias (SARS, incluso el HIV) es de origen cometario.
Se trata de una hipótesis antigua, como recordará el lector del blog (http://cometasentrerios.blogspot.com.ar/2014/10/por-que-se-pensaba-que-los-cometas.html
Se trata de una hipótesis antigua, como recordará el lector del blog (http://cometasentrerios.blogspot.com.ar/2014/10/por-que-se-pensaba-que-los-cometas.html
Parece bastante
improbable la hipótesis del origen cometario de las enfermedades, aunque
potenció los estudios sobre la propagación por el viento de los microbios. Pero
no olvidemos que en 2011 el incansable Chandra Wickramasinghe, al mando de un
equipo de la Universidad
de Sheffield, envió un globo a 27 kilómetros de la estratosfera para recoger
muestras durante la lluvia anual de meteoros de las Perseidas y, según se
anunció, habría recogido microorganismos “extraterrestres”.
Esperemos que el debate en contra de las ideas de
Hoyle se haya saldado, porque son bastante aterradoras.
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