El sábado disfruté
una buena película cometaria, la norteamericana “Coherence” del director James
Ward Byrkit. Comienza con un grupo de amigos y amigas que se reúnen, después de
cierto tiempo, a cenar. Esa misma noche se espera el paso cercano a la Tierra de un cometa, el
cometa “Miller”. Los primeros 20 minutos son bastante difíciles de soportar,
nos introducen en la problemática de los protagonistas (celos, cuentas
pendientes, infidelidades) y si no fuera porque sabía que la peli se
introduciría en otras cuestiones la hubiera abandonado (sobre todo por el
molesto manejo de la cámara estilo Dogma 95, que ya ha cansado bastante: si
quieren ver maestría narrativa con poco presupuesto, vean a Orson Wells). En la
conversación surge la noticia del cometa y alguien recuerda que en su anterior
paso se produjeron inquietantes historias sobre apariciones de dobles y de
sustitución de personas. En eso se cortan la luz, el teléfono e Internet (como
sabremos después)… y ahí comienza lo bueno.
Dos de los
protagonistas salen a la calle, donde todo está oscuro, y se dirigen a la única
casa iluminada. Para no hacer mucho “spoiler”, basta con decir que en esa casa,
y varias más, se encuentran “otras
versiones” de los mismos protagonistas cenando y que esas “otras versiones”
interactuarán con los protagonistas, al punto que buena parte de la trama gira
sobre cómo reconocer si estamos en presencia de los protagonistas o de sus
dobles de otro universo. Y ahí viene lo más interesante de la película, la
relación con la física cuántica y los universos paralelos.
Recordemos que
la física cuántica comienza con la extraña comprobación que los electrones se
comportaban, al mismo tiempo como partículas y como ondas. La “ecuación de Schrödinger”
describió matemáticamente en 1925 el movimiento de la onda que acompaña al
electrón dentro de un átomo, lo que se conoce como la función de onda. La
función de onda es un campo dentro del cual puede estar una partícula
sub-atómica en un momento dado, se trata siempre de probabilidades, no de
certezas. Dejamos la palabra a nuestro admirado Michio Kaku (“Universos
Paralelos”, Ed. Atalanta, 2008):
“Bohr y
Heisenberg formularon finalmente el conjunto completo de recetas en un libro
cuántico de cocina que ha funcionado en los experimentos atómicos con una
magnífica precisión. La función de ondas sólo nos dice la probabilidad de que
el electrón esté localizado aquí o allí. Si la función de ondas es grande en un
punto determinado, significa que hay una gran probabilidad de que el electrón
esté allí. (Si es pequeña, es improbable que el electrón pueda encontrarse
allí.) Por ejemplo, si
pudiéramos «ver»
la función de onda de una persona, sería notablemente parecida a la persona en
sí. Sin embargo, la función de onda también se filtra suavemente hacia el
espacio, lo que significa que hay una pequeña posibilidad de que la persona
pueda encontrarse en la Luna.
(En realidad, la función de onda de la persona se extiende por todo el
universo.) Esto también significa que la función de onda de un árbol puede
decirnos la probabilidad de que esté de pie o caído, pero no puede decirnos
definitivamente en qué estado se encuentra. Cuando miramos un árbol, el árbol
está definitivamente delante de nosotros: está en pie o caído, pero no ambas
cosas. Para resolver la discrepancia entre las ondas de probabilidad y nuestra
noción de sentido común de la existencia, Bohr y Heisenberg partieron de la
base de que, después de que un observador externo haga una medición, la función
de onda se «colapsa» mágicamente y el electrón cae en un estado definido: es
decir, después de mirar un árbol, sabemos que está realmente en pie. Dicho de
otro modo, el proceso de observación determina el estado final del electrón. La
observación es vital para la existencia”. (204/205)
Es decir, un
objeto existe en todos los estados posibles simultáneamente, sólo cuando lo
observamos conocemos con precisión su estado definido y la función de onda
“colapsa”.
La física
cuántica parece surgir de una novela de ciencia ficción pero su poder de
predicción la hace incontrovertible. Incluso un adversario como Einstein (“Dios
no juega a los dados”) no pudo con ella.
Dentro de la
física cuántica hay diversas explicaciones para lidiar con el momento del
“colapso de onda”, con el momento en el que la observación determina la
posición de un objeto, para saber si el gato de Schrödinger está vivo o muerto
antes de abrir la caja:
“Imaginemos un
gato encerrado en una caja. Dentro de la
caja hay una botella de gas venenoso, conectada a un martillo, que a su vez
está conectado a un contador Geiger colocado cerca de una pieza de uranio.
Nadie discute que la descomposición radiactiva del átomo de uranio es un suceso
meramente cuántico cuyo próximo evento no se puede predecir. Digamos que hay un
50% de posibilidades de que un átomo de uranio se desintegre en el próximo
segundo. Pero, si lo hace, pone en marcha el contador Geiger, que acciona el
martillo, que rompe el vidrio y mata al gato. Antes de abrir la caja, es
imposible decir si el gato está vivo o muerto. En realidad, para describir al
gato, los físicos añaden la función de onda del gato vivo y del gato muerto, es
decir, ponemos al gato en un mundo
imaginario en el que está un 50% muerto y un 50% vivo simultáneamente. Ahora abrimos
la caja. Tan pronto como miramos su interior realizamos una observación, la
función de onda se colapsa y vemos que el gato está, por ejemplo, vivo. Para
Schrödinger, esto era una tontería. ¿Cómo puede un gato estar muerto y vivo al
mismo tiempo sólo porque no lo hemos visto? ¿Existe súbitamente en cuanto lo
observamos? A Einstein tampoco le complacía esta interpretación”. (212/213).
Como dice Kaku,
la mayoría de los físicos piensan que pensar filosóficamente cuestiones como la
de este pobre gato es un sinsentido, pero si queremos entender nuestro mundo
debemos darle vueltas a la pregunta de si el gato está vivo o muerto antes de
abrir la caja. La física cuántica ofrece varias soluciones posibles. La de
Andrei Linde-es la conciencia del observador la que determina si el gato está
vivo o muerto, porque si no hubiera observadores no existiría el universo-es
una fuente de posibles obras maestras literarias: ¿quién es la primera
conciencia de cuya observación surgió la existencia del universo? Otras
soluciones, como la “decoherencia” de Dieter Zeh y la “suma de caminos” de
Richard Feynman, son más “amigables” con el universo newtoniano en el que hemos
crecido conceptualmente.
La solución del
físico Hugh Everett es la solución que usa “Coherence”: el gato está vivo en un
universo y muerto en otro universo alternativo:
“el gato está
vivo y muerto al mismo tiempo porque el universo se ha partido en dos. En un
universo, el gato está muerto; en otro, está vivo. En realidad, en cada
coyuntura cuántica, el universo se divide por la mitad, en una secuencia
interminable de división de universos. Todos los universos son posibles en este
guión, cada uno tan real como el otro. Los que viven en cada universo podrían
protestar vigorosamente diciendo que su universo es el real y que todos los
demás son imaginarios o fraudulentos. Estos universos paralelos no son mundos
fantasmagóricos con una existencia efímera; dentro de cada universo, tenemos el
aspecto de objetos sólidos y acontecimientos concretos y tan objetivos como los
otros (…) Si esta interpretación es correcta, en este mismo instante nuestro
cuerpo coexiste con las funciones de onda de unos dinosaurios enzarzados en un
combate mortal. Coexistiendo en la habitación donde estamos está la función de
onda de un mundo en el que los alemanes ganaron la Segunda Guerra
Mundial, en el que deambulan alienígenas del espacio exterior, en el que no
habríamos nacido. El truco es que ya no podemos interaccionar con ellos, porque
están en decoherencia con nosotros”. (226/227)
Y en la película
el perigeo del cometa permite que durante pocas horas los universos
alternativos entren en coherencia entre sí y los que cenan en cada uno de ellos
pueden interaccionar con su yo alternativo y sus amigos alternativos. La
grandeza de la película es que la trama gira sobre cual es el grado de
aceptación que cada uno tiene de su propia vida (y no sobre grandes explosiones
que destruyen ciudades).
En un momento
dado, los protagonistas (los originales o los de otro universo) salen a ver el
cometa que, parece ser, tiene un momento muy preciso de perigeo, ya que lo
vemos pasar como un bólido. A diferencia de los grandes bodrios hollywoodenses
de ciencia ficción (que los propios astrónomos aficionados suelen admirar),
aquí la cosmología está al servicio de la trama, que plantea interrogantes
sobre como nos comportaríamos nosotros, personas comunes y no super-héroes, en
la misma situación.
Las influencias
estilísticas (salvo los movimientos de cámara) son claramente de la inolvidable
serie “La dimensión desconocida”. De hecho, al introducir la temática de los
universos paralelos cuánticos, Kaku menciona un episodio de “The twilight
zone”, y el propio director reconoce la influencia. La película me ha hecho
tomar la determinación de volver a ver la serie, que forma parte de mi
juventud, pues la vi ya de grande en un canal llamado USA (ahora, me parece, es
Sci-Fi, pero no lo pasa mi cable) en muchas inolvidables siestas de sábado-3
episodios y una peli de monstruos o animales gigantescos de los años 50. Esas
siestas ya no volverán, quizás en un universo alternativo siguen dando “La
dimensión desconocida” y yo la sigo viendo.
La lectura de
“Universos paralelos”, como la lectura de cualquier otra obra de Kaku, es un
placer del que nadie debería abstenerse. Se lo ha comparado con Sagan y tiene
una ventaja sobre él: es más abierto de mente, se permite jugar con la
filosofía sin tener miedo de “rebajar la sacrosanta ciencia”, y como es más
abierto se puede permitir reflexionar sobre el fenómeno OVNI sin incurrir en la
histeria que sobre el tema mostró Sagan.
Cerramos esta
entrada con la última cita de Kaku, en la que reconoce la necesidad de
filosofar sobre la cosmología:
“(…) es posible
que los filósofos sean los últimos en reír. La teoría cuántica está incompleta
y descansa sobre una base filosófica tambaleante. Esta controversia cuántica
obliga a reexaminar la obra de filósofos como el obispo Berkeley, que en el siglo XVIII
afirmaba que los objetos existían sólo porque los humanos están aquí para
observarlos, una filosofía llamada «solipsismo» o «idealismo». Si cae un árbol
en el bosque pero nadie lo ve, no cae realmente, dicen. Ahora tenemos una
reinterpretación cuántica de los árboles que caen en el bosque. Antes de hacer
la observación, no sabemos si ha caído o no. En realidad, el árbol existe en
todos los estados posibles simultáneamente: puede estar quemado, caído,
convertido en leña, en polvo, etcétera. Una vez hecha la observación, el árbol
aparece de pronto en un estado definido y vemos, por ejemplo, que ha caído.
Comparando la dificultad filosófica de la relatividad y la teoría cuántica,
Feynman señaló en una ocasión: «Hubo un tiempo en que los periódicos decían que
sólo doce hombres comprendían la teoría de la relatividad. No creo que
existiera nunca un tiempo así. [...] Por otro lado, creo que puedo decir con
toda seguridad que nadie comprende la mecánica cuántica». Según dice, la
mecánica cuántica «describe la naturaleza como absurda desde el punto de vista
del sentido común. Y está totalmente de acuerdo con el experimento. Por tanto,
confío en que podamos aceptar la naturaleza tal como es: absurda» (210/211)